«Maestros» de la propaganda

18 abril 2007

Pongámonos en contexto: 1932, Adolf Hitler es nombrado Canciller del Reich en una Alemania completamente empobrecida. Su jefe de propaganda, Joseph Goebbles habí­a puesto en marcha una excepcional maquinaria de movilización para alentar a las masas. Un año después, Goebbles fue nombrado ministro de Propaganda, por lo que pasó a controlar todo el flujo de la información en Alemania. Desde luego que el nazismo no habrí­a alcanzado unas cotas tan altas de popularidad si no hubiera sido por la estrategia de este inteligente renano. Ahora hagamos un ejercicio de extrapolación y veamos sus famosos principios de la propaganda:

1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único sí­mbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categorí­a o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. «Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan».

4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

5. Principio de la vulgarización. «Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar».

6. Principio de orquestación. «La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas». De aquí­ viene también la famosa frase: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad».

7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitologí­a nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer mucha gente que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.

¿A qué nos suena todo esto? No hay que ser demasiado avezados para que se nos venga a la mente la relación entre ETA y el Gobierno, la entrega de Navarra, la prisión atenuada de De Juana Chaos, la participación de Batasuna en las elecciones, las grandes manifestaciones de los últimos meses o los casos de corrupción polí­tica. Todo ello repitiendo unas mismas ideas una y otra vez, aunque renovando los temas constantemente.

Gracias a estos principios, el Partido nazi alcanzó unos niveles de popularidad altí­simos entre su población. La trágica situación económica y por supuesto, el control de la información, fueron cruciales en su ascenso y mantenimiento en el poder. Aunque ya sabemos como acabó este pedazo de la Historia. Juzguen ustedes ahora, españoles en 2007.