Con motivo de la Fiesta Nacional el paseo de la Castellana permanecerá cortado al tráfico. Se celebra el Día de la Hispanidad, el descubrimiento de América, el comienzo del Imperio español. Una potencia militar de la que ya no queda nada. Sin embargo, los sucesores de aquellos soldados que fueron a conquistar las Indias, salen hoy a las calles de Madrid, para satisfacer su insaciable sentimiento patriótico.
Ni el orden mundial, ni los ejércitos tienen ya nada que ver con 1492. Esos soldados que antaño se dedicaban a invadir países, ahora cubren el expediente en misiones humanitarias. No es que no sean necesarias esas actuaciones, pero existen otros organismos que se podría hacer cargo de ellas.
Por mucho que hayan cambiado las cosas, si las Fuerzas Armadas siguen existiendo es bajo el cometido de mantener la seguridad de un país. Se entiende que la seguridad de cara al exterior, ya que lo que ocurre más acá de nuestras fronteras es competencia de Policía y Guardia Civil. Si miramos un poco al mundo, parece ilógico que nadie vaya a invadir una nación medianamente respetable. Si acaso otro ejército.
La teoría de la destrucción mutua asegurada, acuñada en la Guerra Fría, hace impensable que ningún país vaya a deshacerse de sus tropas. El miedo, siempre el miedo sirve para justificar las acciones de los gobiernos. El poder de la industria armamentística provoca la fabricación de nuevas armas. Por mucho que en este país nos hayamos librado de una cúpula militar capaz de influir en la política, los ejércitos siguen teniendo poder, el poder de la fuerza.
Por eso, cada cierto tiempo tienen que exhibirlo. Cuando el principal argumento para hacerse valer es el de la fuerza, no cabe la humildad. Hay que dejar bien claro la potencia de que disponemos, enseñar músculo. Los ciudadanos se sienten orgullosos, respaldados, seguros, cuando ven desfilar a los soldados que defienden su bandera por sus propias calles. Fascina la ostentación del Ejército Rojo o de las tropas chinas. Aunque igual si no hubiera nada que exhibir en ningún rincón del mundo, algunos nos sentiríamos más seguros.
Es inútil. Al igual que todo padre, madre o enamorado tiene su día, todo país tiene su Fiesta Nacional. El despliegue es máximo para ensalzar la Revolución, la Independencia, lo que sea, hasta una invasión. Son tiempos de crisis, pero aquí eso no se nota. Si a un país debilitado por el aumento del paro, de los precios de los alimentos y del valor de su hipoteca, le quitamos la oportunidad de mirar a su bandera y sentirse respaldado, ¿qué le queda?… En fin, un coñazo, como diría algún patriota.
Por Ismael Monzón