Editorial de CRÓNICA DE LA RODA
Ya tocaba. Echábamos de menos la habitual sección de autobombo del equipo de Gobierno municipal. Estaban tardando. Con lo fácil que es poner en marcha la maquinaria propagandística, con medios rendidos al vasallaje, incapaces de poner en entredicho ni uno solo de los argumentos y las proclamas surgidas de la complacencia, del embobamiento en el que muchas veces parece inmersa la sociedad rodense, de la que se aprovechan sistemáticamente sus gobernantes.
Nuestro alcalde tiene un problema que debería hacerse mirar. Es una cuestión de orden y concierto. Se trata de organizar conceptos y adecuarlos. Debería saber Vicente Aroca que no es imprescindible fascinar y que, si es ese el fin que persigue, tendría que ocuparse más de la concordancia entre lo que quiere decir y lo que dice.
Instalado debajo de una especie de aureola celestial, se confiesa incapaz de mentir, que es pecado, y nos suelta un chorreo de medias verdades; se presenta, entronizado, como el alcalde de todos, hemos dicho todos, los rodenses y cuando te descuidas -la verdad es que el presentador no se descuida, le azuza- mete una cuñita a la señora De Cospedal, una puyita al Gobierno regional que nos tiene abandonados y hasta se permite la licencia de hurgar en los males presentes, vaticinar los futuros y, en el colmo de las pretensiones, en su permanente voluntad de servicio a sus conciudadanos, a los dieciséis mil, que no me falte ni uno, se atreve a dar consejos al Presidente del Gobierno, que ya sabemos todos, los dieciséis mil, que es el culpable de todo lo que nos está pasando. No va a permitir, dijo, que un ciudadano de La Roda sea menos que uno de los que viven en Hellín o en Villarrobledo y para que eso no suceda nunca jamás se va a dejar la vida en el empeño. Pero mientras tanto nos está tomando por tontos, vendiéndonos una comparecencia institucional cuando en realidad lo que está haciendo es una soflama partidista que, vale, que la haga cuando quiera, que medios y oportunidades tiene de sobra, pero que se aclare, que no se líe en medio de esa especie de abducción divina y que no golpee, martillo pilón, sobre las cabezas de los más desprotegidos que, rendidos, se han quitado la boina ante el señor alcalde.
Cuando quiera ser, de verdad, el alcalde de todos, que lo demuestre con lo que dice y con lo que hace. Cuando le apetezca darse un homenaje con esa especie de malabarismo intelectual que ejecuta con torpeza e impunidad, que lo diga -si la verdad es que, a lo peor, ni se da cuenta- y vamos ocupándonos de poner a salvo a los niños y a los ancianos.