- Una reciente experiencia me ha llenado de optimismo
Hoy vengo con ilusión, con esperanza, y no quiero que la actualidad me amargue una reciente experiencia que me ha llenado de optimismo y que paso a relatar.
Los Reyes Magos, aunque con retraso, han cumplido una de las peticiones que les hice en mi misiva: por fin han intervenido de la rodilla a mi señora madre. Parece que Don Juan Carlos ha concedido una tregua al sistema sanitario español y, entre traspiés y tropiezo regio, ha permitido que mi progenitora pueda ser operada.
Me esperaban tres días de tedio, incomodidades y lentas horas de espera en el Hospital General Universitario de Valencia, sin contar con lo molesto que es compartir habitación con otros enfermos, sus parientes y sus afines. Pero en este caso lo que tendría que haber sido un incordio se tornó más bien en ventaja. La camarada de habitación de mi madre era una encantadora jovencilla de algo más de noventa y dos tacos. Maestra durante cincuenta años por vocación, mucho más lúcida que todos nosotros juntos, rebosante de inteligencia y ganas de vivir; a la que una mala caída había provocado un parón en su incesante y variada actividad diaria: visitas a museos, cines, teatros, exposiciones. Es una apasionada de la lectura y se encuentra al día de las últimas novedades culturares y educativas. Le comento que me gusta escribir y me enumera los cambios más recientes introducidos por la Real Academia Española en la ortografía. Repasa la prensa, lee un libro, escucha la radio, conversa de cualquier tema. Vamos, un ejemplo. Y un encanto.
Del hospital me llevo dos cosas: esperanza, al comprobar que con noventa y dos años se puede estar lúcido, fuerte y con salud; y dolor en todo el cuerpo, provocado por el vano intento de dormir un par de noches en tan incómodo butacón. ¿Qué lerdo los diseña? Con ganas le hacía pasar una noche en su insufrible ingenio.
Durante los momentos de mayor insomnio, me venía a la mente la imagen de nuestra reina cuidando de nuestro rey: comprobando el gotero, la bolsa de la orina, ayudándole con la comida: y en mi cabeza se agolpaban cientos de preguntas. ¿Le habrán pasado factura a Doña Sofía las largas noches en vela al lado de su querido esposo en tan latosa postura? ¿Se llevaría a la clínica una almohada y una mantita, como me aconsejó una amiga, para estar más cómoda? ¿Le habrá relevado Don Felipe alguna noche, o Doña Leticia, como buena nuera? Seguro que hasta Urdangarín, tan generoso al crear fundaciones sin ánimo de lucro, se ofrecería en algún momento. ¿Habrán tenido nuestros soberanos tanta fortuna como yo con sus compañeros de habitación? Deseo que sí, pero son preguntas que quedan sin respuesta.
Nosotros sí que tuvimos suerte con nuestra vecina de males: Amparo, que es como se llama la mocetona. Yo, de mayor, quiero ser como ella; y de joven, también. Por cierto, mi madre muy bien de la rodilla.
Foto portada: Fermín R.F.