Opinión

DJ

Etiquetas: ·
25 abril 2013

  • Ver a Aoki la noche trágica del Madrid Arena costaba una media de 30 euros. Aoki es un tipo que pone discos

Foto: Drew Ressler
Foto: Drew Ressler

Me entero por la prensa de papel, esa que ahora se lee en pdf, de que el Madrid Arena “debía llenarse para la barca de Aoki”. El tal Aoki es un DJ y lo de la barca, parte de su legado al patrimonio inmaterial de la humanidad: saca el artista un bote hinchable, lo echa al mar de gente que tiene a sus pies, se sube y los brazos de la peña hacen de olas, y así el culo de oro de Aoki va pasando por encima de las cabezas adolescentes.

Del papel en pdf al Youtube, que para estas cosas no tiene rival, y ahí está lo que busco y más: la barca de Aoki, pero también las tartas, y la botella de champán. Aoki las tartas no se las come: las tira a la gente. Puta madre, eh. Y el champán, pues también para regar a la peña, si no de qué.

Ver a Aoki aquella noche trágica del Madrid Arena costaba una media de 30 euros, con opción a que te pasara su barca por encima y te fueras a casa chorreando merengue y champán, pero esto último sólo para unos pocos privilegiados, los de las primeras filas de ese mar humano a rebosar que era la pista de baile.

Además de pasearse en barca por encima de la gente y de tirar tartas y champán, Steven Aoki pone discos, y es principalmente por esto por lo que es una celebridad mundial y cobra por sesión (unas dos horas) alrededor de 100.000 dólares: por poner discos, no por la barca ni las tartas ni el champán, aunque todo suma.

Pero ya digo, el cogollo de la celebridad está en los discos. Pone discos, dos a la vez, de tal forma que suenan dos canciones al tiempo pero parece que es una, y antes de que una canción (que en realidad son dos canciones) termine, ya está empezando otra canción, y así. Toca muchos botones para hacer distintos efectos de sonido, sube y baja el volumen y de vez en cuando imagino que también dirá algo por el micro: “¡Subidóoooooooooonnnn!” (en inglés) y cosas por el estilo. El buen DJ, como los hombres del Renacimiento, debe dominar varias disciplinas humanísticas.

¿Cómo hemos llegado a esto? Tuvo que haber una noche en la que un primer borracho, en vez de engalgarse a la cabina a vocearle el título de una canción al oído al pinchadiscos, le hiciera desde la pista de baile así con el pulgar, como dándole a entender que de puta madre la música, tío, luego aparecería otro pulgar, y otro más, y de que se quiso dar cuenta el pinchadiscos tenía a media discoteca bailando vuelta hacia él, y él entonces se vino arriba y batió palmas por encima de su cabeza, y en el éxtasis del éxito encenció el micrófono y dijó “¡Subidóoooooooooonnnn!”, y encontró respuesta en la peña, y el cauce natural de la vida terminó convirtiendo al currela privilegiado de la discoteca, el pinchadiscos, el que en vez de poner copas ponía discos, que siempre es más agradable, el cauce natural de la vida, decía, lo terminó convirtiendo en DJ. Y un DJ, por muy bien que ponga los discos y por muchos discos que ponga a la vez, no deja de ser un pinchadiscos, o un ponecedés, si se me permite el neologismo. PLAY, PAUSE, STOP, EJECT, volumen arriba, volumen abajo y muchos botones que tiene la mesa de mezclas, sí. Pero que, y quiero que lo penséis despacio, un DJ es un tío, o una tía, que pone discos. Paquirrín es DJ.

Bueno, pues la peña adora a los DJ, los idolatra, los hace ricos. Admirar a un tío que pone discos, por muy de dos en dos y muy bien que los ponga. Qué queréis que os diga. A lo mejor es problema mío, puede que tenga el umbral de la sensibilidad tan alto que me impida paladear una mezcla de chunda-chunda con ponch-ponch. Me pasa lo mismo con el ballet o con la pintura y la escultura abstractas, no vayáis a pensar que.