- Reflexión tras la penúltima jornada del grupo 4 de Segunda B
Podemos. ¿De verdad podemos? ¿Sabemos? Es verdad que querer, queremos. Como si de una auténtica gesta se tratara, así respondió la afición antes, durante y después del partido en un Carlos Belmonte que presentó la mayor afluencia de la temporada. Al final, bufandas al viento, explosión de júbilo. Lo habíamos conseguido. Habíamos derrotado al San Roque de Lepe, equipo descendido que había llegado a penas una hora antes, después de un palizón de autobús. Nada menos.
Los tres puntos conseguidos y lo que pasó en otros campos, propiciaron el objetivo anhelado. A eso de las ocho menos cuarto, el Alba figuraba cuarto en la tabla y ahora depende de sí mismo para consolidar e incluso mejorar ese lugar en el escalafón. Hasta ahí, bien.
El tema, que diría Benito Floro, es que seguimos viendo muchas más sombras que luces en este equipo. Suponemos que la ocurrencia de colocar a Miguel Núñez como central pretendía dotar de fluidez a la salida del balón y que la presencia de los tres pequeñitos, Tete, Díaz y Adriá, por detrás de Curto, tenía la intención de marear el sistema defensivo lepero. El primer objetivo se consiguió a duras penas, porque la sola presencia de los peones avanzados del San Roque, suponía un calvario para los encargados de iniciar el juego albaceteño. El segundo, se diluyó con el paso de los minutos y la manía de conducir el balón hasta perderlo, que era exactamente lo que quería el rival de enfrente. Tirar la torre a huevazos, que decimos aquí en La Roda.
Con un solo tiro a portería, el que estrelló Adriá contra el palo en el minuto cuarenta, más o menos, terminó el primer acto. Muy poquito bagaje. Y dudas, muchas dudas. Y un equipo rival que presentaba más batalla de la que esperábamos, tal vez por la motivación implementada desde San Fernando, o desde Lucena, o desde Almería o la Línea. O tal vez no. El caso es que cuando se adelantaron en el marcador se abrazaron alborozados, con desmedida efusividad. A lo mejor es que pensaron los chavales que, por fin, iban a cobrar algo en los últimos tres o cuatro meses. Comprensible la alegría, por tanto.
El acierto de Víctor Curto pocos minutos después, cuando enganchó y envenenó aquel balón en la frontal y la ejecución –ya saben, pena máxima- de Calle desde los once metros, tiró por tierra el acierto de Mustafá, apenas dos minutos después de que los fantasmas sobrevolaran el cielo azul de Mayo. Luego, más de lo mismo, mucha precipitación, poco sosiego y el pobre balance ofensivo que convierte al equipo en una vulgaridad futbolística. Curto y Calle, antes goleadores, fallaron clamorosamente en las mismas narices del portero rival y la consecuencia fue que, otra vez, terminamos un partido acongojados y defiendo en el área propia las acometidas del rival. Al final, ya saben, bufandas y banderas al viento, abrazos a diestro y siniestro. Lo habíamos conseguido. Vencimos al San Roque de Lepe. Menuda gesta.
Desde Extremadura llegaban buenas noticias. Habían transcurrido casi setenta minutos y La Roda C.F. no perdía. El punto suponía la consecución de la meta perseguida. Pero no, este equipo no es de los que especula. Por si las moscas, vamos a ganar, no vaya a ser… Y Berni cogió su fusil, y le puso la mirilla telescópica y la clavó por donde moran las arañas.
Sacó el Villanovense fuerzas de no sé dónde y empató en la recta final. Bastaba el punto, ya se ha dicho. Se podían haber pertrechado alrededor de Bocanegra, quedaban diez minutos. De eso, nada. Allá que se viene Megías –otra vez impresionante-, busca a su socio, le da una opción y va Sergio y aplica la fuerza justa y el golpeo adecuado. Combinación letal, trayectoria asesina y se acabó lo que se daba. A lo grande, así consiguió su objetivo este equipo. Haciendo historia, escribiendo con letras muy grandes en el libro de las gestas deportivas de este pueblo manchego. Orgullosos estamos de vosotros, chavales. Tanto, que el sábado que viene vamos a llenar las gradas y os vamos a demostrar que somos gente agradecida. Toca celebrarlo por todo lo alto, tenemos que vivir intensamente esta experiencia, que luego se tornan cañas las lanzas y se pasa del oropel al paño cuando menos te lo esperas. Y la carroza se convierte en calabaza y solo nos queda la nostalgia y el recuerdo. Nos despertaremos cuando no haya más remedio. De momento, continúa el sueño.