Ante las presiones recibidas por mi anterior artículo relativo a las fiestas, en el que en un tono irónico criticaba las mismas, no tengo más remedio que recular y rectificar ante los contundentes argumentos que mis allegados me han facilitado.
En primer lugar, mi hijo pequeño me comenta que se lo ha pasado divinamente; sí, pero a costa de qué, del padecimiento de su padre. Los que tenemos hijos en edad de montar, y me refiero a montar en las atracciones de feria, no sean mal pensados, aunque todo llegará, sabemos que bajar a la feria para que los chiquillos suban en los “cachivaches” conlleva una media de, como poco, dos o tres horas; qué digo horas, años. Te paras con uno, te paras con el otro, suben en una, suben en otra, vamos para casa, que quieren subir en una más, te paras con otro, les compras un granizado, otra vez para casa, te paras con el mismo, les compras unas patatas, te encuentras con unos amigos, que sus hijos no han subido, pues vamos a que monten, quieren un helado, te vomitan las patatas… Pero es verdad, mi pequeño ha disfrutado, y yo con él.
Mi mujer también me recuerda que la fiesta manchega, con escaso gasto para el ayuntamiento, que todo hay que decirlo y es aquí donde se demuestra que con poco se puede hacer mucho, fue muy divertida. Y he de reconocérselo; la merienda que nosotros mismos nos preparamos estuvo espectacular: esos chorizos de Peseta, esos rolletes de su madre, ese pisto de mi cuñada, esas migas ruleras de Mari Carmen, ese pastel de calabacín de Trini, esas cervezas frescas… Todo amenizado por los dos grupos de folclore local que actuaron, Amigos del Arte y La Ronda Alcucera, que animaron bastante el evento y que consiguieron que el público, sobre todo femenino, saliera a bailar manchegas. No soy mucho de folklore, pero pasé un buen rato.
Mis amigos me apuntan que el pregón de Juan, el cura, en la presentación de la Reina y Damas, fue campechano y chispeante a la par que ameno, y tengo que darles la razón. Comparecí al evento y tuve que golpearme un par de veces la quijada para colocarla en su sitio. No fue un pregón al uso, hasta por un momento creí que se le olvidaba invitarnos a participar en las fiestas. Pocas veces he acudido a estos actos, mas he de reconocer que fue un discurso muy entretenido.
Alguien también me ha indicado que la marcha en la carpa de noche ha sido espectacular; bueno, sí, pero una memorable tajada no debería ser sinónimo de unas fiestas memorables.
Todo esto me recuerda a una escena de la película “La vida de Brian”, en la que el líder de un ficticio frente popular de Judea, que lucha contra los romanos invasores, se pregunta que qué habían hecho los romanos por ellos, y donde sus seguidores no paran de relacionarle todas las mejoras que los ocupantes les habían proporcionado: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la sanidad, los baños públicos… “¡Que cosas buenas ha hecho el ayuntamiento en las fiestas!”, le pregunto a mi gente, y estos me responden: “Pues ha habido atracciones para los más jóvenes, una buena cena con los amigos, una charla tomando algo fresco, unos bailes por manchegas, un chocolate con churros a altas horas de la noche…”.“Vamos, nada que las distinga de las fiestas de otros pueblos o de otros años”, digo para mis adentros.
Aun así, me bajo los pantalones y proclamo a los cuatro vientos que yo también me he divertido estas fiestas, que me lo he pasado chachi “piruli”. Eso sí, cuando dentro de unos años alguien me pregunte que qué puedo destacar de ellas echaré la vista atrás y diré: “¡Ah, sí, el año de la carpa de día y de la carpa de noche!, ¡ah, bueno, y en el que no vino Chenoa!”.
Por cierto, mi artículo de la semana pasada me ha creado un problema aún mayor. Muchos de mis amigos y familiares que no residen en La Roda, al leerlo, se han quedado alucinados ante la espectacularidad de nuestras fiestas mayores, y se quieren apuntar para las del año venidero. Les he dicho que sin ningún problema, que en el Juanito hay habitaciones para todos, y las paga el ayuntamiento.
