Los niños a veces nos hacen preguntas que nos desconciertan. Y no estoy hablando de cuestiones relativas al sexo o a si los Reyes Magos son los padres, no, me refiero a territorios más elevados, a dudas más existenciales, vamos, teológicas.
Pues no iba yo con mi pequeño, camino del Municipal, a ver un intrascendente partido de fútbol de nuestro equipo rojillo, cuando a este no se le ocurre otra cosa que preguntarme: “Papá, ¿por qué Dios nos hizo libres y no nos hizo buenos?”. Ahí queda eso.
Y a mí, que me escuece mucho más que mi vástago me inquiera sobre las cosas del Altísimo que sobre las bajas pasiones, la cabeza comenzó a darme vueltas intentando encontrar una respuesta que no mostrara muy a las claras mi ambiguo agnosticismo, pero que tampoco denotara lo poco que ha calado en mi persona los años de colegio religioso. Ya que caminábamos para ver un partido de fútbol, aproveché el contexto.
—Pues porque si nos hubiera hecho buenos a todos, la vida sería muy aburrida: los jugadores de fútbol no fingirían faltas, no sería necesario un árbitro, los de Furia Rojilla no tendrían a quién increpar…
—Es verdad, papá, sería muy aburrido.- indicó mi hijo.
Es curiosa la relación entre fútbol y religión. Algunos futbolistas se santiguan antes de comenzar el partido, muchas veces son de equipos contrarios, con el consiguiente problema teológico que se crea: ¿de parte de quién se pone el Gran Hacedor? Si hay alguien que lo entienda que me explique esta disyuntiva.
El ideal sería un mundo sin maldad en el que la riqueza se repartiera entre todos los humanos por igual, no habría ricos ni pobres. Ahora que lo pienso, ¿no es algo parecido a lo que están haciendo los socialistas con los ERE en Andalucía?: distribuir los dineros entre los más necesitados; ¡ah, no! se los han repartido entre ellos, y ahí algunos parece que se han llevado mucho más que otros. Siempre hay clases.
Esta es la libertad que nos han dado, y los humanos parece que la utilizamos muy malamente, siempre en nuestro propio beneficio; o por lo menos es lo que parece. Las noticias nos inundan con casos de corrupción y, sobre todo, con luchas entre pueblos, muchas veces entre hermanos: últimamente Siria, antes Irak, previamente los Balcanes, anteriormente las guerras mundiales, la guerra civil española…
Pero es mucho más el ruido que las nueces, es mucho mayor el número de personas que deciden ir por el buen camino que las que no, pero hacen menos ruido. Yo, por lo menos, sigo creyendo en los humanos, aunque mejor, como dice mi hijo, que nos hubiera hecho buenos.
Mientras tanto utilizaré mi libertad para cometer esta tarde unos cuantos pecadillos capitales: haré el vago (pereza), acaparando el sofá de mi casa (avaricia), me zamparé una gran bolsa de patatas fritas (gula), mientras que veo a mi Valencia, el mejor equipo del mundo (soberbia), en mi arcaica y vetusta tele, mucho peor que la de mi vecino (envidia), y ay del que me moleste (ira). Lo de la lujuria lo dejo para otro día. O mejor no.
