Sinceramente, no me importa lo más mínimo la decimotercera operación del Rey. Y es que ya me estoy hartando de poner la tele o abrir un periódico y encontrarme con la misma cantinela a todas horas. Me importa tres carajos que Juan Carlos I “El Campechano” se dirija a los informadores en la víspera de su intervención diciendo “mañana al taller, podéis venir de mecánicos” y todos se monden con sus reales ocurrencias. Ja ja y ja. ¡Qué gracioso es el monarca y qué salidas tiene! Es que hay que ver.
Me es absolutamente indiferente que pocos días después ya sea capaz de ir al baño él solito; que los médicos, sin quitarle el ojo de encima, preparen treinta partes explicando su evolución “más positiva que otro enfermo de su edad en el mismo caso”; que bromee con las enfermeras, reciba el alta médica antes del tiempo previsto o le preparen un coche oficial alto para no tener que hacer el mínimo esfuerzo al sentarse. A mí, todo eso, como digo, me la trae al pairo. Lo que verdaderamente me importa y preocupa son los millones de españoles que permanecen ahogados en una desesperante lista de espera durante meses y meses, viendo pasar las horas y los días, sin ser atendidos en un cada vez más deficiente sistema sanitario saturado de recortes y ajustes promovidos desde el Gobierno de Rajoy. Eso es lo realmente preocupante, y no que el Jefe de Estado, cargado de achaques, pase otra vez por la mesa de operaciones en una clínica privada, en tiempo récord, bajo los mimos y atenta mirada del equipo coordinado por el prestigioso Dr. Cabanela traído en vuelo directo desde los United States. Y lo que es más grave, con el coste de unos cuantos miles de euros que correrán a cargo del presupuesto anual asignado a la Casa Real. Una maniobra publicitaria más a favor de la sanidad privada en detrimento de la pública que todos pagaremos de nuestros maltratados bolsillos.
Y es que, consciente del escándalo que supondría cruzar el charco para no volver a poner su cadera en manos de la sanidad española, el Rey telefonea a un especialista que ejerce en aquellas tierras, uno de los cerebros que en su día tuvieron que largarse de la madre patria para buscarse la vida. Uno de los mejores. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma, ya se sabe. Evidentemente, ante la opinión pública, el doctor debe ser más español que el toro de Osborne y por eso se piensa inmediatamente en el cirujano Miguel Cabanela. Pero no viaja solo. De su mano llega el estadounidense Robert Trousdale, el único que cobrará por la intervención tras la renuncia del español a recibir sus honorarios. ¡Pues hala! Ya lo tenemos todo organizado. Médico americano, pero con un gallego al frente coordinando todo el cotarro, clínica privada para estar más a gustico que tó las cosas, y lo que es más importante… en suelo patrio. Todo es perfecto para que nadie proteste. El español no cobra y el americano sí. Me parece todo tan curioso como chocante me resulta ver a Su Majestad operándose en una clínica privada, con dinero público, la misma semana que el Gobierno impone el copago para los enfermos crónicos y cuando, pocos días más tarde, se anuncia otra terrorífica caída del 35,6% en el presupuesto de sanidad para 2014.
Pero más allá del repetitivo machaque en los medios informativos, hay otras historias, otros casos, otras vidas bien distintas… y se encuentran a pie de calle. Son los que no salen en la tele ni llenan páginas, pero sufren en sus carnes los recortes de un sistema cada vez más axfisiante. Pasan los días pendientes de una llamada telefónica que los libere de una agónica espera y miran el calendario a cada segundo con una pizca de esperanza por llegar finalmente a tiempo. No tienen la suerte de contar con los mejores especialistas a su completa disposición, en absoluto tiempo récord y sin el agobio de pasar por interminables listas de espera. No pueden costearse cómodas estancias en clínicas privadas, deben pagar sus medicamentos de largo tratamiento sin disponer de recursos económicos… y a veces, incluso, se ven obligados a recurrir a la solidaridad ciudadana para recoger unos cuantos kilos de tapones de plástico con los que financiar una necesaria operación de urgencia fuera de España. Son cientos de miles de historias con nombre propio, los de una lista que a finales del pasado año superaba el medio millón y sigue batiendo records. Eso es lo verdaderamente preocupante y no la operación a todo trapo del Rey que, como decía Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”, francamente… a mí me importa un bledo.
