Buenas tardes, amigo

  • Sus ojos cansados y tristes contemplan la vida en medio de un frenético deambular de gente. Levanta la mirada, saluda y sonríe. Nunca pide ni molesta a nadie
Foto: Julio Jesús Tébar
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30 octubre 2013

Me recibe siempre con su mejor sonrisa. “Buenas tardes, amigo”, dice al verme llegar desde una oxidada silla de ruedas. Sus ojos cansados y tristes contemplan la vida en medio de un frenético deambular de gente. Levanta la mirada, saluda y sonríe. Nunca pide ni molesta a nadie. Sólo reza para que el día pase pronto e intenta aferrarse a la realidad, soñando en su particular mundo de silencio con un mundo mejor.

Puntual, como cada mañana, se dirige al supermercado y espera tímidamente bajo la sombra en la esquina de costumbre. En su vieja mochila gris recoge con cuidado el pan y la leche que algunos clientes le entregan generosamente a la salida. Se siente afortunado. Es su pequeño tesoro, el alimento de toda una jornada, el único medio con el que puede seguir aferrado a la vida que el terrible destino ha puesto entre sus manos. Los años han marcado su rostro con las señales del sufrimiento; inequívocas huellas de una existencia injusta y cruel que, a pesar de todo, nunca han podido borrarle la sonrisa. Contagia alegría y el cariño entregado a los demás provoca en mí una emoción indescriptible. Le devuelvo el saludo, hablamos y me siento recompensado con el mejor pago que alguien pudiera ofrecerme por ese pequeño y mágico instante: su tierna y agradecida mirada de ojos humedecidos por la alegría.

Pasa otro día. Amanece. Como es costumbre, repaso las últimas noticias con un café en la mano… y leo: “Benidorm multará o sacará del municipio a todos los mendigos”. La información me deja perplejo. Se les prohíbe pedir en la calle bajo multas de 750 euros, y en el caso de no estar empadronados, el ayuntamiento les pagará un billete de vuelta a sus ciudades de origen. Claro que sí, señor alcalde, no sea que a más de un turista le moleste ver a un pordiosero pidiendo en plena calle el único sustento del día. Incomodan y estorban. Rompen la armonía del paisaje urbano y estropean la vista con sus harapos y viejos cartones reconvertidos en improvisadas camas. No es bonito salir a cenar y toparse con alguno pidiendo una limosna en la puerta del restaurante de lujo a pie de playa, no. Tampoco está bien que se protejan del frío invierno dentro de un cajero que, posiblemente y por esas casualidades que tiene la vida, quizá pertenezca al mismo banco que les pudo quitar la casa dejándolos desamparados y en esa miserable situación.

Pero eso no es todo. El Ayuntamiento de Madrid hará lo propio con una absurda ordenanza sobre la que planean multas de hasta 3.000 euros por conceptos varios. Se pretende así “regular la convivencia”, según Ana Botella. Entre las sanciones, también aquí, destacan los 750 euros que deberá pagar todo aquel infeliz al que pillen buscando comida en contenedores de basura, durmiendo en un banco, vendiendo pañuelos de papel en semáforos, haciendo malabares… y pidiendo limosna frente a colegios, hospitales, centros comerciales, oficinas y supermercados. Si el medio de subsistencia pasa por ofrecerse a limpiar parabrisas a cambio de un par de monedas, la multa ascenderá a 1.500 euros. ¿Tendrán descuento si pagan el importe de al contado con MasterCard o Visa Oro? Es que es increíble. Si la estupidez humana fuese sancionada como se sanciona esto, habría algunos lumbreras que ni con todo el oro del mundo podrían pagar sus multas. Pero, lamentablemente, eso no supone una falta y lo otro sí. Ver para creer. Pienso en ello mientras leo la noticia y me acuerdo, más que nunca, del anciano de la silla de ruedas.

Hoy he vuelto al supermercado. Esperaba encontrarlo de nuevo abrazado como un niño a su vieja mochila gris. Pero no estaba allí. Por primera vez, ha faltado a la cita. Pregunto por él, pero nadie lo ha visto en los últimos días. La esquina tantas veces convertida en su pequeño e improvisado mundo, todavía conserva los ecos de un saludo que probablemente no vuelva a repetirse. Desconozco su destino y el motivo de su ausencia… pero ya lo echo mucho de menos.

Lo imagino sonriendo, observando pacientemente el paso del tiempo, lleno de fuerza y vida en ese otro mundo liberador tantas veces soñado en sus momentos de soledad más terribles y angustiosos. Y mientras tanto, de forma inconsciente, vuelve a sonar en mi cabeza el saludo más musical y agradable pronunciado por una anciana voz temblorosa. Tres palabras que permanecerán eternamente grabadas a fuego en mi memoria. Tres palabras que encierran una auténtica filosofía de vida. Las tres palabras irrepetibles de un sincero, único e alegre “buenas tardes, amigo”.

Dedicado al mayor ejemplo de optimismo, superación, coraje y ganas de vivir ante la adversidad con el que me he encontrado nunca. Por él y por todos los que sufren las carencias de una vida injusta.