Verdaderamente, lo que ocurre en este país de chichinabo y pandereta raya en todo momento lo absurdo e inaceptable. ¿Qué está pasando aquí? ¿Realmente es tan ciega la justicia como para no ver lo evidente? ¿Cuándo dejarán los jueces de proteger a la casta política e intocables de turno, en lugar de cebarse únicamente con aquellos que no tenemos la suerte de pertenecer al selecto club? Preguntas sin respuesta en las que habitualmente pensamos por culpa de absurdas e incomprensibles resoluciones judiciales convertidas en el pan nuestro de cada día. Y ahora, como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela con un nuevo varapalo sumado a la larga lista de inexplicables veredictos y un sentimiento común sobrevolando el país: la frustración de millones de españoles al hacerse pública la sentencia del Prestige; una tomadura de pelo con marcado aspecto político.
Once años después del hundimiento del petrolero frente a las costas gallegas, los tres únicos acusados han quedado absueltos con un simple chasquido de dedos por la Audiencia de A Coruña. El jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos y el exdirector general de la Marina Mercante, José Luis López Sors, se libran de cumplir las condenas solicitadas. Tan sólo el capitán, Apostolos Mangouras, es condenado a la mínima pena de nueve meses de prisión por un delito de “desobediencia grave” a las autoridades. Y ahí queda la cosa. Ni un solo responsable en una decepcionante sentencia que, para colmo, alaba una “aceptable gestión” de la Administración española ante la crisis eximiendo al Gobierno de cualquier tipo de responsabilidad reclamada.
Vamos a ver, vamos a ver… porque no entiendo absolutamente nada. Un petrolero monocasco, cargado con 77.000 toneladas de fuel ruso, zozobra el 13 de noviembre de 2002 frente a las costas gallegas. Seis días más tarde -en los que se tiene la idea de remolcarlo mar adentro para alejarlo del litoral- se parte como una nuez y termina hundiéndose a 260 kilómetros de las Islas Cíes. Toda la costa hasta Francia queda contaminada por una marea negra que provoca daños ecológicos y económicos irreparables… ¿Y dicen que no existe ni un solo responsable, político o civil? ¡Vamos anda! Por supuesto, al no haber culpables, la sentencia también impide a los damnificados recibir cualquier tipo de indemnización.
En Muxía, la zona cero del desastre, no se lo creen todavía. Ni ellos ni nadie. El país entero se frota los ojos incrédulo ante lo que, por otro lado, debería resultarnos más que lógico teniendo en cuenta que esto es España y estamos acostumbrados a lidiar con estas cosas.
La mayor catástrofe medioambiental de nuestra historia, se saldó con unas cifras espeluznantes: 63.000 toneladas de residuos vertidos al mar que contaminaron medio centenar de playas a lo largo de 1.600 kilómetros de costa, llegando hasta el suroeste de Francia y afectando a 23.181 aves de más de 90 especies. El coste total de los daños causados en Galicia y el resto del litoral cantábrico español ascienden a 4.334 millones de euros. Demasiado para unos simples “hilillos de plastilina”, según definía con una mezcla de cinismo e ignorancia Mariano Rajoy, por aquel entonces desempeñando el cargo de vicepresidente primero del Gobierno. Sí señor; unos hilillos de plastilina que escupían 120 toneladas de crudo al día a través de 20 grietas en los depósitos del barco. Por eso pensaron que lo más correcto era enviar el buque “al quinto pino”, según la orden, sí. Y mientras tanto, el ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, disfrutando de una apacible jornada de cacería en el Pirineo leridano y sin intención de cambiar sus planes por considerar que en Galicia “no era útil”. ¡Por supuesto! Igualito igualito que Ana Botella en su lujoso spa lusitano al que fue a descansar horas después de producirse la trágica avalancha en el pabellón Madrid Arena, porque “lo tenía programado desde hace tiempo” con su familia.
Durante las duras labores de limpieza, en las que participaron 65.000 voluntarios llegados desde distintos puntos del país, era habitual encontrar a políticos metidos hasta las rodillas en el fango; con mascarilla, zapatos y el mono blanco de plástico cubriendo su traje para hacerse la foto pringados de chapapote. Otros pocos, llegaban más lejos al lucir, en un ejercicio de concienciación y solidaridad sin parangón, una camiseta con el logo del movimiento Nunca Máis que rápidamente se quitaban dentro del coche oficial. Varios días después del desastre, Manuel Fraga aseguraba tenerlo todo bajo control, atreviéndose incluso a bromear haciendo referencia a su histórico baño en Palomares. Y mientras tanto, el presidente Aznar reconocía en televisión que el Gobierno “pudo cometer errores y llegar tarde”.
Pues sí. Y tan tarde. 30.000 pescadores, según datos de la Xunta, se vieron afectados por el escape. La marea negra provocó pérdidas estimadas por el Ministerio de Agricultura de 24 millones de euros mensuales por el cese de las actividades pesqueras. Y todo… ¿para qué? Para que ahora no exista ni el más mínimo responsable de aquel descomunal desastre contra el medio ambiente.
No… si al final resultará que Ana Botella tenía razón cuando soltó aquella perla que tanto nos hizo reír en su momento: “En el desastre del Prestige, sólo hay un culpable: el barco”.
Lo dicho. Así nos va, así. Esto es España. Es que no hay más.
