Jamás vieron los tiempos mayor demostración de poder: cogió la tele a un grupete de chavales anónimos, el albañil, la ni-ni palurda, la estudiante, y en unos meses se hicieron los amos del ya maltrecho mercado musical sin dejar ni las migas, y ahí siguen hoy Bisbal, Bustamante, Chenoa y otros rescoldos como Manu Tenorio, Gisela o la Fergó apurando la poción mágica que les dio poderes de ubicuidad, notoriedad y ese algo inexplicable que se pega en todo el que sale en la tele y que nos hace exclamar, si alguna vez tenemos la suerte de encontrárnoslos en persona: “¡Mira, el que sale en la tele!”.
Parecía que aquella primera edición de “Operación Triunfo” iba a ser a la tele lo que el 2-6 del Bernabéu al Barça, pero como en un circo la tele ha hecho el más difícil todavía y ha conseguido hacer de la cocina el oficio más emocionante, creativo, divertido y reconfortante del mundo: que Eva González me abra las cocinas de “Masterchef”, el oro olímpico puede esperar.
Esclavitud en laborables y festivos
La única ventaja que le encontré al oficio de camarero fue la de no ser cocinero: al menos la esclavitud en laborables y fiestas de guardar incluía propinas, aire más o menos respirable, gente que te tenía al corriente de lo que ocurría al otro lado del bar. Entrar a la cocina a por los platos era entrar a la sala de máquinas del infierno, calor insoportable, vapores, olores, trasiego de cadáveres mutilados, sudor, el mismo estrés que ahí afuera, encima. Salías de la cocina y parecía que salías de nuevo al mundo.
De siempre se ha sabido que los buenos cocineros, y a “bueno” que cada uno le dé la intensidad que quiera, ganaban su dinero, pero eso también pasaba con los fontaneros, los albañiles, los electricistas. Aquellos años en los que sólo conocíamos a Arguiñano ser cocinero era una mierda, y estudiabas y te apuntabas a la Escuela de Fútbol para no ser cocinero, como tampoco querías ser albañil o fontanero. Menos cocinero que nada, que no ibas a conocer un fin de semana ni un Viernes Santo libre hasta los sesenta y cinco.
Pero sin darnos cuenta, hemos llegado a la infancia del siglo XXI con la percepción del oficio de cocinero dada la vuelta como un calcetín: se es cocinero por vocación, no por tropiezos académicos, el cocinero es una figura interesante, respetada, con una pátina de creador y artista que le permite seguir brillando al lado de un teleco o un juez.
Hemos pasado del Atapuerca al Google culinario saltándonos Roma, la Edad Media, la Ilustración y las Guerras Mundiales: de Ser cocinero es una mierda, si acaso chef de esos de hotel de cinco estrellas que llevan gorro blanco, a intentar entender algo del deconstructor de alimentos y palabras Ferrán Adrià, cuyas labores culinarias las pinta mejor nuestra memoria visual recreando a un astronauta reparando la Estación Espacial Internacional que a un tío batiendo huevos. Aquí está el cocinero del siglo XXI: un artesano-intelectual-filósofo-artista-creador-investigador-empresario, añádanse más ingredientes al gusto.
Pero el honoris causa con espumadera no es suficiente para despertar vocaciones en la última aldea de Galicia: hacía falta un concurso de televisión, con tensión y emoción, sonrisas y lágrimas, ganadores y perdedores, una cocina donde al levantar la cabeza de la tabla de cortar siempre estuvieran Eva González o Jordi Cruz, según se sea más de carne o de pescado, donde terminar un plato provocara reacciones químicas cerebrales similares a haber batido una marca en pista cubierta, donde el supermercado estuviera al otro lado de la cocina, los ingredientes tan perfectos y tan a mano. Y, sobre todo, donde cocina igual a fama. A unos con más intensidad, a otros sólo de refilón, en el subconsciente, esta idea nos trastorna a todos, hasta al budista más terco. Que es que hasta viendo “Pesadilla en la cocina”, las antípodas de “Masterchef”, te dan ganas de poner un bar. Sólo porque sale en la tele. Esa satisfacción cuando las comandas van saliendo bien y en orden, eh.
Un día dijo la tele hágase el puto amo al albañil de San Vicente de la Barquera e hízose. Y otro día dijo la tele hágase que los niños de España quieran ser cocineros, además de futbolistas, y ahí lo tenéis.
