“LOS CORRUPTOS SE QUEDAN CON EL 25% DEL DINERO DE LAS CONTRATAS”, titula El Mundo del martes 4 de febrero, antes de ayer. Y el subtítulo: “Un informe de la Comisión Europea revela que en España el 97% de los empresarios ha detectado corrupción en las administraciones públicas”. Algún subrayado en la noticia:
“Los focos principales de corrupción en España son la financiación de los partidos, las competencias urbanísticas […] y los contratos públicos” […] Los sobornos y, en menor medida, las licitaciones fraudulentas son las prácticas más extendidas en España […]”.
No hacía falta que se molestara la Comisión Europea en elaborar el informe ni El Mundo en darle candela a cuatro columnas: esto lo llevamos respirando años; pocas veces lo olemos pero sabemos que está ahí y que tiene efectos lentos y acumulativos, como el tabaco: rabia, desánimo y una desconfianza casi total hacia quienes nos gobiernan, que no tienen por qué ser solo políticos.
A veces lo olemos, ya digo, como cuando Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, proclama solemne que ya no tiene nada que ver con Luis Bárcenas y luego Pedro J. Ramírez nos hace partícipes a todos de los ánimos y arrumacos del presidente al corrupto a través de mensajes de móvil. En cualquier democracia sana estaríamos hablando del dimitido presidente Rajoy pero en España hablamos del exdirector de El Mundo, Pedro J. Ramírez.
Buena parte del tufo que nos llega de Casa Real lo aventó el tirantes también, por cierto. Quién nos iba a decir hace unos años que íbamos a escribir en el mismo párrafo “corrupción” y “Casa Real”, si antes los reyes y la familia solo salían en el ¡Hola!
Y sin intención de irritar mucho, alguna cosilla más: EREs fraudulentos en Andalucía por obra y gracia de la Junta y los sindicatos, el expresidente de los empresarios Díaz Ferrán condenado por delito fiscal (antes de entrar en la cárcel le dio tiempo de darnos buenos consejos: “Hay que trabajar más y ganar menos”), un Gürtel por allí, un Brugal por allá, un traje para Camps, un bolso para Rita Barberá…
Y luego está lo que no olemos pero sabemos que estamos respirando, con el agravante del deseo cumplido de Díaz Ferrán: trabajamos más para ganar menos (eso el que trabaja). Y más: pagamos más impuestos, hemos perdido poder adquisitivo, hemos perdido derechos laborales y sociales, puntos suspensivos.
Que en este contexto el Ayuntamiento de La Roda cometiera un error (una coma, explicó en su día Constantino Berruga) al adjudicar una contrata municipal de 9 millones de euros, y que ese error beneficiara (involuntariamente) a la empresa de un empresario imputado por corrupción es tener muy mala suerte, malísima. Porque esto pasa hace 15 años y nadie hace comentarios, pero en la España de Correa, Bárcenas, Juan Lanzas, Iñaki Urdangarin y Díaz Ferrán es humano sospechar, pensar mal, indignarse. Es humano, y en muchas ocasiones también será injusto. Pero después del titular del otro día de El Mundo, además de humano, esto empieza a ser científico, cuestión de probabilidad: “LOS CORRUPTOS SE QUEDAN CON EL 25% DEL DINERO DE LAS CONTRATAS”. Veinticinco por ciento, uno de cada cuatro euros.
