No es el mejor día para transmitir sensaciones que tengan que ver con el fútbol. No tengo muchas ganas, no. Tampoco es que lo que pasó durante el fin de semana me haya servido como terapia de evasión. A veces el fútbol ayuda, pero no ha sido el caso.
El sábado nos llevamos otra decepción con este equipo que hace unas cuantas semanas nos tenía encandilados. La visita nos parecía propicia para seguir sumando en pos de la permanencia. Mejor tres puntos que uno, pero mira, si no se puede ganar, vamos a procurar no perder. Y de esa guisa nos pusimos a escuchar la radio. Esta tarde ganamos, ya verás. Pasaban los minutos, uno detrás de otro, y aquello parecía estar condenado al cerocerismo más absoluto. Nos descuidamos un poquito, necesidades fisiológicas, ya saben, y al volver nos cuentan que el Sanluqueño había marcado dos goles, sí, dos. De vuelta al váter. No queremos parecer excesivamente escatológicos pero hubo para todos.
Matias Saad maquilló un poquito aquello, pero su gol no sirvió de alivio en absoluto, porque tuvimos que enfilar el camino, largo, de vuelta con las alforjas más limpias que el respaldo de un escaño –mueble clásico, actualmente en desuso, en el que se sentaban nuestros abuelos hasta que les daba sueño-. En fin, dijimos, a ver el domingo que viene, eso sí, sin falta, que los de atrás vienen apretando.
Aprovechamos la espléndida tarde del domingo para acudir al Carlos Belmonte –hubiésemos ido igual cayendo rayos de punta- porque olíamos a victoria fácil y porque además le teníamos que aplaudir a Sebastián Fernández “Basti”, gitanico güeno, que volvía al Carlos Belmonte diez años después de aquel ascenso del que fue protagonista destacado. Basti está más gordo, suele ocurrir cuando se abandona la práctica del deporte y se cumplen los años. Nosotros, léase Albacete Balompié, más flacos porque nos come la filoxera en lo económico y porque, en lo puramente deportivo tenemos que dirimir diferencias con rivales como el de ayer: El Palo; así como suena. No entiendan en estas palabras ninguna carga de ironía de esa que raya en la falta de respeto. No es esa la intención. Solamente queremos que reparen en cómo ha cambiado el cuento. Ahora andamos subidos en una calabaza.
El partido, fácil como estaba previsto. Y desesperante porque se disputó a seis por hora. Los del barrio malagueño, porque no tienen más propuesta que hacer honor al nombre del equipo y se dedicaron a repartir más de la cuenta, los de la capi, porque se empeñan en tardar una eternidad en las transiciones y porque cuando las llevan a efecto sufren un apagón en el dispositivo que acciona el último pase. ¿Sobrecarga de tensión?, pues no era el día, porque a los seis minutos ya íbamos ganando y cuando volvemos del descanso va uno de ellos y le da una patada en el muslo a Samu dentro del área propia. Total, a la calle y penalti que transforma Rubén Cruz.
Lo que vino después ni se lo cuento. Podíamos haber adelantado el regreso, tranquilamente. Nos hubiéramos evitado en sol de frente, en los ojos. Caía la tarde espléndida y volvíamos sin ninguna euforia. Y acordándonos de los que fueron a Sanlúcar y volvieron sin nada. Si por lo menos se hubieran hartado de langostinos…
