Cinco duros

  • La de cosas que hacíamos de críos con una moneda como esa
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30 mayo 2014

La moneda de cinco duros de la foto tenía que haber sido una moneda de cincuenta céntimos o de dos euros, ve y busca. No le eché cuentas al cambio y ya en casa le vi la cara y la cruz al Caudillo y, oye, qué alegría: tantas tardes de máquinas recreativas y de carrillo así de golpe, evocadas con más fuerza que un álbum de fotos por una moneda roñosa que ahora, al lado de los euros, tiene aire de moneda del cofre del tesoro.

Esos cinco duros a la pieza, tal cual, eran en la máquina un crédito, tres vidas, creo, y la ilusión (luego la frustración) de pasarse el monstruo, de llegar una pantalla más lejos, de poder poner récord con tus iniciales, y mañana más, y al otro y al otro, y ay del día que no podías porque no había cinco duros o por causas de fuerza mayor, que ya tenían que ser mayores: tener el mono con dientes de leche, estar viciao antes de saber siquiera lo que son los vicios. Cuántas vueltas del pan fueron a parar a las máquinas de Manolo. Y hasta buscar a un “mayor” para esquivar el riesgo y la vergüenza de cambiar el billete de mil pesetas, y no salir ya de los recreativos las mil pesetas, perdiéndose cinco duros a cinco duros por la ranura roja del Insert coin, que no me lo han contado, que lo he visto: mil pelas, de las de entonces, en una tarde. Cómo no te iban a sorber hasta la última gota de tu voluntad aquellos aparatos fascinantes que eran las máquinas, si podías ser Rambo y matar chinos a destajo y tirar un helicóptero de un bazucazo, lo mismo que habías visto en el Cinema pero ahora tú, cómo podía pegar un puazo en el rompezompos competir con eso.

Una vez encontrado el sentido de la vida en el afán de superación de pasarse monstruos y pantallas, rara era la vez que malgastabas cinco duros en, pongamos, una bolsa de pipas (dos duros), una nube (un duro), una mora (un duro) y un chicle de clorofila (un duro), como pasaba antes de haber echado la primera vez, aquella primera vez que marcaba un antes y un después en hábitos y costumbres y sobre todo en prioridades: prioridad, echar, y luego el resto de la vida.

Hasta entonces, hasta las máquinas, los cinco duros eran el lujo que te permitían hacer en el carrillo infinitas combinaciones de bolsas y chucherías, y aunque nunca daba para más de cinco cosas (a veces una sola, un polo de cinco duros, por ejemplo), la sensación era de plenitud: cinco duros en chucherías, cinco guarrerías o una bolsa de gusanitos o de pipas y tres guarrerías eran cosa respetable, que lo normal, el día a día, era tener un duro o dos, para el chicle y la mora, y alegretes.

El artista que me coló la moneda de cinco duros no tuvo infancia: mira que dejarla salir del cofre del tesoro, el imbécil.