Exiliados por la crisis

  • Janire Varona inaugura un nuevo espacio de opinión en CRÓNICA DE LA RODA
Playa de El Sardinero en Santander | Foto: Cabite
Etiquetas: ·
12 septiembre 2014

Comienza septiembre y trae consigo el verano que no ha hecho hasta ahora en mi exilio cántabro, donde me encuentro desde hace tiempo. Setecientos kilómetros me separan de mi familia y amigos, también del pueblo que me ha visto crecer. Un exilio que yo no pedí, al igual que muchas personas jóvenes o no tan jóvenes que tratan de buscar el pan donde buenamente pueden.

Atrás ha quedado un junio, julio y agosto donde he visto el sol por las noticias de las tres. No me tiembla el pulso al decir que no he quitado el nórdico en todo el verano. Lo más normal del mundo ha sido levantarse y mirar por la ventana para ver de qué toca disfrazarse hoy: ¿otoño, primavera…?
Las llamadas telefónicas a casa de los padres se convierten poco a poco en una mezcla de envidia y frustración, por ambas partes:

Papá: ¿Qué tal tiempo hace por ahí hija mía?

Yo: Bufff… pues no hace calor, pero tampoco hace frío, no se ve el sol, esto es un rollo.

Papá: ¡Qué dices loca, llevo sin dormir del tirón una semana!

Yo: Aún no me he puesto unos pantalones cortos…

Sí amigos, conversaciones de besugos como esta se han repetido casi a diario los últimos meses. Puede ser casi anecdótico, quejarse por quejarse, pero sobre todo los primeros meses de vivir en un sitio que encuentras extraño, donde intentas tirar para adelante sin los apoyos que acostumbras, influye, y mucho, estar tres semanas sin ver el sol. Lluvia constante. Comenzar de cero, nueva vida, la necesidad de hacer nuevos amigos, incluso alguna temporada de sentirse sola… Muchos lectores comprenderán de lo que hablo.

Hay veces que nos rodean tantas cosas por las que quejarse, que sólo te apetece blasfemar del tiempo. Olvidarte de lo importante y quedarte en lo superfluo. Ver crecer bebés por fotos de WhatsApp, enterarte de que fulanito y menganita por fin se han ido a vivir juntos, cuando llevan siglos conviviendo, y llega la invitación de boda a casa, hacer un planning para que te dé tiempo a quedar con todo el mundo cuando llegas por Navidad. Se convierte en la norma.

De tus amigos, ¿cuántos quedan en el pueblo? Un par de ellos en Francia, tres o cuatro buscándose las habichuelas en Inglaterra, en Holanda de au-pair, Dubai, Italia…

Y yo me pregunto, ¿qué ha hecho usted, señor alcalde, para evitar que cada vez más rodenses tengamos que emigrar para poder sobrevivir? ¿Cuántos, con otras políticas, podrían tener un trabajo digno en La Roda? Estoy segura que la mayoría por estas fechas preferirían ver pasar tractores por la Avenida Reina Sofía cargados hasta arriba.