¡Qué lástima no haber redondeado esta jornada con enfrentamientos casi capicúas! Una pena que La Roda C.F. no haya sido capaz de plasmar el atisbo de reacción que adivinábamos después del empate en Carranza. La cuestión es que el partido frente al filial verdiblanco ha sido un remedo del que disputamos hace quince días. Poco fútbol, menos ocasiones, y así no se puede.
Por encima de consideraciones de tipo técnico, que no nos corresponden a nosotros, está claro que urge un giro de timón dentro de ese vestuario, para evitar que los chavales entren en una temida espiral que les impida remontar desde allí abajo. No es fácil, no, pero tiempo tenemos de sobra para enderezar el rumbo. El convencimiento es vital para acometer una empresa que, desde luego, no es fácil. Mario Simón tiene ante sí una papeleta difícil pero posible, la cuestión es ponerse manos a la obra desde ahora mismo. El domingo que viene tenemos otra oportunidad para demostrar que este equipo no es, ni mucho menos, el último de la lista.
Con lo bien que habíamos comenzado la tarde… En un escenario que rezuma fútbol desde sus cimientos, frente a un histórico, eso sí, venido a menos. Con treinta y pico mil almas en las gradas.
El Alba volvió a demostrar que, efectivamente y hasta ahora, no es inferior a ninguno de los rivales a los que se ha enfrentado. El tema, que diría Benito Floro, es que su capacidad y su actitud no terminaban de traducirse en puntos que, perdonen nuestra falta de romanticismo, son los que al final cuentan y te quitan o te ponen. Urgía, pues, llenar la barriga, al margen de la calidad de los ingredientes y la presentación del plato.
Pero ocurrió que este Albacete de Luis César tiene el morrito fino y se sentó en la mesa del mejor restaurante para comerse su merienda y la del otro. Los primeros veinticinco minutos fueron impropios de un equipo recién ascendido, que puso en liza a siete futbolistas del año pasado y a otros cuatro que llegaron nuevos pero desde la misma categoría. Hace pocos meses, los jugadores del Betis jugaban todos en Primera División y los del Alba, todos, en Segunda B. Y sobre la hierba no se apreciaba la notable diferencia o, mejor dicho, fue el Albacete quien usurpó el papel de grande y comenzó a mover la pelotita con esa clase y ese desparpajo que tanto nos gusta a los que nos gusta tanto el fútbol. Nuestros primos de Sevilla, de los Balompié de toda la vida, no salían de su asombro, zarandeados y sometidos por la implacable ley del que maneja el cotarro al margen de la historia y el pedigrí. Tiqui-taca, tuya mía, tocar y moverse, dársela a los que van de negro, que son los nuestros. Y empezar a llegar donde viven los sustos de quien está sorprendido y maniatado. El Betis fue, por momentos, un equipillo en manos del Albacete.
Es verdad que aquel chorreo no podía, es estadísticamente imposible, durar todo el partido y que entre unos y otros, futbolistas y aficionados, comenzaron a sacudirse el chaparrón y a tirar p’alante. Se equilibraron las fuerzas y hasta nos pudo llegar algún disgusto, porque cuando la cogían Rubén Castro o Jorge Molina, se nos ponían los aquellos ahí donde están pensando. Llegó el descanso.
El segundo acto tuvo el mismo protagonista principal, el Alba jugaba a lo que sabe y el Betis, triste actor secundario, se limitaba a mirar cómo se le iban subiendo a las barbas, ahora por aquí, ahora por allí. En una de esas, va Antoñito y la manda por arriba al punto de penalti, y ahí surge, majestuosa, la figura de Rafa Chumbi y la pone con la sien en la escuadra, sin opciones para Adán. Más pudieron ser, pero nos faltó la tranquilidad suficiente para rematar a la bestia malherida, de forma que terminamos sufriendo, es nuestro sino.
El caso es que, esta vez, el fútbol fue justo con el Alba y los tres puntos viajaron de Sevilla hasta Albacete. Por el camino se encontraron con otros tres, que hacían justo al contrario, viajaban desde La Roda a Sevilla.
