Hay que joderse, lo que nos cuesta ser felices a los que elegimos entre susto o muerte. Con lo fácil que hubiera sido subirse a la grupa de un caballo ganador y salir por ahí, los lunes, tirando de veta, sacando el cuello.
Pero no, nosotros estamos hechos de otra pasta. Nos va la marcha…, ahora sí, ahora no. Ahora felices, ahora desgraciados. Hoy ganamos, mañana no. Y eso fue lo que pasó ayer, que no ganamos. Ni allí, ni aquí.
Cuando juegan el primero y el último, qué quieren ustedes que les diga, lo más normal es que el botín se quede en casa del que pone el campo y ostenta el liderato. Ocurre casi siempre. Como ocurrió hace quince días en Cádiz, he de confesar que no daba un duro por el equipo rojillo; más que nada porque las sensaciones transmitidas cuando ha jugado en el Municipal, han distado mucho de ser las adecuadas para no perder del todo una moral que empezó muy débil desde el comienzo de la competición. Y como ocurrió en el Carranza, me volví a equivocar –seguramente no fui el único- y me alegro. Lo que no me gustó –tampoco he sido el único, a que no?- es que nos birlaran tres puntos a última hora y de aquella manera: ya saben, penalti injusto en el tiempo de descuento.
Lo que hubiésemos firmado con sangre antes del partido, empate en casa del líder, nos sentó como una patada en salva sea la parte. Para mayor retorcimiento del intestino, nos cuentan que, en la segunda parte, La Roda C.F. tuvo contra las cuerdas al Real Jaén y pudo haberlo sentenciado. Mecagüen la mar.
Una vez repuestos del berrinche, nos tenemos que hacer la siguiente reflexión: este equipo ha jugado tres veces fuera de su campo y no ha perdido ninguna. Tal aseveración, incontestable, hay que ponerla en valor porque dos de esas veces han sido frente al Cádiz y ante el Jaén, este recién descendido de Segunda División y, como queda dicho, líder hasta ayer mismo. Eso quiere decir que ese equipo, que nos deja tantas dudas cuando lo vemos en casa, tiene el empaque suficiente como para hacernos concebir la esperanza de la que tanto estamos necesitados. Hay que creérselo, pues, y hay que refrendarlo en el próximo partido.
OTRO TRASPIÉ DEL ALBA
Tengo que reconocer que cuando me enteré que Gonzalo de la Fuente era baja por enfermedad, me empecé a notar así como un cosquilleo en el estómago. Y dirán ustedes, ¿pues quién es ese Gonzalo, si hace cuatro días que ha llegado y viene de Segunda B? Respuesta: Se trata de un futbolista modesto, efectivamente, que ha venido a poner remedio al desbarajuste defensivo de un equipo de juega muy bien cuando ataca y muy mal cuando defiende. Y que lo estaba consiguiendo desde el primer día que lo pusieron. De ahí mis nervios.
No, no se vayan a pensar que lo de ayer en el Carlos Belmonte –perdimos cero a uno con el Numancia, por si hay algún despistado- fue culpa de otro error de esos monumentales que nos han privado de mayores recompensas, pero se le aproximó bastante. Un centro desde allá a lo lejos, un portero que no va a por ella y una defensa que no molesta a un tipo de muchos centímetros que se levanta y la mete con su cabecita al palo largo que, como ustedes saben, mide lo mismo que el corto.
A partir de ahí y con un equipo enfrente que se llama Numancia, se lo pueden ustedes imaginar. Si no caen, echen un vistazo a la historia, allá por el año ciento treinta y pico antes de Cristo. Férrea resistencia y antes muertos que vencidos. Encima van y le expulsan a uno. Mala suerte para el Alba. Desde que se fue Marc Pedraza –el susodicho- hasta que terminó el partido, lo que vimos fue un monólogo de un equipo que no sabía cómo jugarle a otro que se defendía sin otra aspiración que la de alejar la pelota cuanto más mejor.
Y así fueron cayendo, inexorables, los minutos, con el Alba empeñado en jugar a lo que sabe mientras los que nos sentamos en la platea le exigíamos que jugara a lo que no sabe, porque nos valía cualquier cosa que impidiera la segunda derrota en casa. Dos de tres.
Como estos comentarios de los lunes le sirven a uno para confesarse delante de los que tienen a bien echarles un vistazo, les digo que no me vine a casa excesivamente desilusionado. Lo intentaron los chavales y murieron con su idea de tener la pelota y no rifarla más de lo preciso. Atacaron todos los flancos los de Publio Cornelio Escipión, pero esta vez ganaron los de dentro de la muralla. Numancia no se rinde. Ea.
