Arreón tardío para quedarse a las puertas

  • Una reflexión sobre la casi remontada de La Roda ante el Arroyo
29 septiembre 2014

Esto de tener que esperar al martes para saber cuál ha sido el balance del fin de semana futbolístico, no me termina de cuadrar. El fútbol es para el sábado o el domingo. El lunes es para presumir o para quedarte debajo de la mesa, para discernir apoyados en la barra del bar, para levantar la voz o para achicarte mirando para otro sitio. El fútbol lo inventaron los ingleses para jugarlo un domingo por la tarde.

Pues además de ser domingo, a las cinco, –la hora es tan taurina como futbolera-, habían caído cuatro gotas, suficientes para limpiar el ambiente y poner el pasto rápido, salió el sol, no corría ni un pelo de aire, veinte grados, buen piso, un balón… ¿qué más querían? Bueno, vale, gente con paraguas, necesidad de los puntos, rival asequible, ¿algo más?

Ni por esas. Los que iban de rojo, que son los nuestros, salieron como si aquello fuera una pachanga, a disfrutar del ambiente, a pasar la tarde. Los de a cuadros –la camiseta del Arroyo parece un tablero de ajedrez- salieron, como se debe, metidos en su papel, asumiendo la importancia de un duelo frente a uno de los de su pelaje; ellos y nosotros, ya lo verán, nos vamos a estar peleando por el mismo objetivo: quedarnos aquí.

Empezó el partido y antes de que calentar el asiento ya nos habían metido dos. Ellos enchufados, nosotros perdidos, mareados de tanto darle p’arriba y ver la pelota pasar delante de nuestras narices sin posibilidad de pillarla. Ellos sabían a lo que jugaban, nosotros, otra vez, no. Y así nos fuimos al descanso, planteándonos si nos marchábamos de allí o si estábamos dispuestos a seguir penando.

Naturalmente no sabemos lo que les dijo Mario Simón en la caseta, pero debió ser muy fuerte. Hizo bien. La cuestión es que cuando volvieron no parecían los mismos. Espínola ejerció de capitán y empezó a gobernar el barco. Los marineros se aplicaron en la faena, y el patrón metió en cubierta a dos grumetes que terminaron por casi virar el rumbo y poner derechas las velas, viento en popa. Le echaron arrestos, que es lo que les estaban pidiendo desde la grada, pero dicho más finamente. Si no eres un virtuoso espadachín, por lo menos saca la cabritera y mete miedo, que estamos en Albacete.

Tanta testosterona terminó por empujar al rival contra su imponente portero –sobre dos metros, más o menos- y la calidad que todavía queda en las botas de Raúl Espínola, determinaron la transformación de un equipo, que devolvió la esperanza a una grada que también empujó lo suyo. Pudo haber llegado el tercero, hubiera sido la leche, pero si hablamos de justicia hemos de coincidir en que los extremeños nos bailaron en el primer tiempo. El empate fue justo.