Hace unos años, cuando quien esto escribe enfrentaba en las lides de la política local a la derecha, del ya de por sí muy conservador pueblo mío de La Roda, me corroía las entrañas una sentencia que escuchaba a diestro y siniestro. Más bien a diestro que a siniestro.
“Si son todos iguales. Yo no voy a votar a ninguno, que lo sepas, aunque tú me caes bien, Perea…, pero esta vez no voy a votar a nadie“. Si al menos no me vota -pensaba, iluso de mí- que por lo menos se quede en casita el día de las elecciones.
Luego llegaban las elecciones, y ese poso abstencionista que uno alimentaba -ya se sabe, si éste es de derechas difícilmente me va a votar, pero al menos que no vote al adversario- se quedaba en nada, ante la evidencia censo en mano, de que el fulano había votado. Y que no me había votado precisamente a mí…
No me cuesta imaginar en estos días de procesamientos, imputaciones y autos de ingreso en prisión con fianzas millonarias a cuenta de la porquería de la corrupción, que esos mismos personajes que me acariciaban el hombro, mientras me prometían quedarse en casa, estarán haciéndose parecidas reflexiones estos días.
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