En el verano del 99, como en todos los veranos conocidos hasta entonces, los madrileños se apelotonaban en el Juanito de arriba para el pepito de ternera y la caja de Miguelitos, y nosotros al otro lado de la barra, pim-pam, pim-pam, volábamos, más para satisfacer al jefe que a los cagaprisas comensales. El caso es que en el fragor de la batalla, el amigo Relan me dice, no sé muy bien a cuento de qué: “José Tomás tendrá mucho arte delante de un toro, pero anda que no hay que tener arte también para servir una barra llena de madrileños con prisa. Me gustaría ver a José Tomás aquí dentro de la barra, ahora, a ver qué hacía”.
Quince años después, aquella lección práctica de filosofía de la vida, de la escuela de pensamiento de Munera, me sirve de corpus teórico para intentar calzar en las entendederas cómo es posible que con solo unas pocas horas de diferencia el hombre haya sido capaz de colocar un aparato sobre un cometa supersónico a 500 millones de kilómetros de la Tierra y que el equipo de Gobierno de La Roda anuncie que no va a retirar los contenedores de basura y reciclaje del perímetro de la fuente de la plaza Mayor, como prometió, porque no les encuentra acomodo en los alrededores.
A mí, como a mi amigo Relan el de Munera, me gustaría ver a los de la Agencia Espacial Europea con una cinta métrica amagando el lomo por la plaza y luego por las Peñicas, la calle Nueva y Calderón de la Barca, a ver qué hacían.
