Despedida del Central

  • Una última visita al mítico café madrileño, antes de que empiecen a montar las freidoras para las chips y los nuggets
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18 diciembre 2014

He venido a despedirme del Café Central. Lo normal es que os interese un carajo el Central porque es un bar de Madrid, y aquí lo que buscáis son cosas del pueblo, maldades, mayormente, o nostalgias (pero menos que maldades). Echar un recuerdo del Iniesta, por ejemplo, hubiera venido más a cuento que esto del Café Central de Madrid, pero ea.

Que he venido a despedirme del Central, decía, establecimiento mítico del centro histórico de la capital, este centro que es ahora un parque temático para guiris ambientado con cutrez y pobreza, cartón-piedra cañí, cuatro reliquias del Madrid de antes de ayer que sobreviven haciendo de monetes de feria, vino blanco sin relación calidad-precio, tortilla de patatas cuajada por pinches filipinos y flamenco malo. Con esto se recrea una sui géneris Spanish experience y a hacer la caja que se pueda.

El Central es la aldea de Astérix del barrio pero ya solo queda poción mágica para dos semanillas: el 1 de enero los romanos van a arrasar porque entra en vigor la ley que desfosiliza las rentas antiguas de alquiler, y con las mensualidades a precio de mercado que se pagan en la zona los dueños del café prefieren entregar las armas y evitar un baño de sangre cantado. A partir de Año Nuevo, una cadena de comida rápida se encargará de rentabilizar esos cientos de metros cuadrados tan cotizados, vecinos largos del Teatro Español y a un gapo parabólico de la Puerta del Sol.

Las horas contadas del Café Central salen estos días en los periódicos por la condición de exquisito y numantino club de jazz del establecimiento. Sería el momento ahora de triscar en Google y volver con cuatro nombres de negros a la trompeta, al piano y al bajo para tirarme el pegote, pero no: a mí el Central me llama por su aire espeso de bar cultureta y conspirador, y el jazz lo dejo para los que no gusten del fútbol.

La magia que se gasta el Central sale de un atrezzo absolutamente trillado, de manual: ventanal grande a la calle, mesitas de mármol y sillas de madera, asientos corridos en las paredes y espejos, muchos espejos.

Estas pocas tontás hacen que te entren ganas de pedir la Olivetti con el café con leche y el vaso de agua, y que desde el otro lado del ventanal, a poco que estés ojeando el periódico o apuntando en una libreta, te vean silueta de Hemingway, así seas el próximo Galdós o Maruto el pocero.

Haciendo hilo con esto último se podría decir que el Central es como la muerte porque pone al ras a la concurrencia entera, por heterogénea que resulte. En este café todos parecen haber leído al Hemingway mentado, todos parecen tener un pasado de hambre y juventud en Montparnasse.

En el Imaginalia pueden pasar muchas cosas pero esto no pasa, por ejemplo.

Personajes

No sé si me habré encontrado alguna vez a José Sacristán en las mesas del Central, leyendo el periódico, me patina la memoria, pero en cualquier caso apuntado queda que le pegaría mucho la escena, a él y al bar. De otros personajes de la cultura sí tengo recuerdo seguro, en tertulia con otros personales o en solitario, su café o su espirituoso y el platillo elíptico de olivas.

Aquí me encontré una tarde con Antonio Corbacho (que en paz descanse), el banderillero retirado que ayudó a José Tomás a encontrar y traspasar su límite, contando de sus cosas con el matador como se cuenta cuando es sólo para los que caben en una mesita de mármol, sin temor a que ronde algún bacín, friki de José Tomás, en la mesa de al lado.

Y aquí, al Central, al fijo, hay que llamar a un mito de la prensa cuando se necesita localizarlo, porque aquí y no en su casa es donde puede hacer de contino su diálisis etílica, la que le limpia el alcohol de sangre. Es mito este personaje más por sus tropiezos que por sus logros y por vivir en los bares y por las tajás, estas sí muy logradas. Llamas al fijo del Central, preguntas por él y se pone, como antes, como pasa todavía en las películas que evocan otro tiempo.

El 1 de enero ya nadie contestará al fijo, y no se andará mucho más largo de Reyes cuando los albañiles empiecen a armar polvo, y luego ya chips, ribs, wings, kings.

Visto el Imaginalia, visto medio mundo por lo menos.