Cuento de Navidad

  • A finales de los noventa, los malíes Damán, Ladji, Mamadou y Mahamadou llegan descolocados y asustados a La Roda y son acogidos por Cáritas
Etiquetas: ·
23 diciembre 2014

El frío era intenso, pero los nervios que se habían apoderado de sus cuerpos hacían las veces de estufa. Esa noche, una vez más, intentarían el salto. Una valla era la única barrera entre la pobreza y la riqueza, entre el tercer mundo y el primero. Esperaban la orden del cabecilla del grupo, aquel que sabía cuál era el momento propicio para atacar la valla, el lugar más vulnerable. Después de varios intentos ese iba a ser el definitivo, debía ser el definitivo. Las fuerzas se apagaban, el cansancio les desesperaba, los meses, incluso los años de espera hacía ya mella. Y lo consiguieron.

Dieciséis años después, un grupo de niños vagabundea por los pinares de San Isidro. Para no tener que dar una gran vuelta a la parcela donde se divertían sus padres, deciden saltar la valla metálica que la rodea. Uno de los mayores les recrimina la actitud por peligrosa, haciéndoles ver lo temerario de la acción, ya que, en un descuido, podrían haber dado con sus huesos en el duro suelo. Uno de ellos, mi hijo pequeño, que parece que ha salido al padre, intenta aliviar la reprimenda con la siguiente salida: “Es que estamos jugando a que somos inmigrantes y saltamos la valla de Melilla”. Vaya, y lo consigue. Lo que comienza siendo una pequeña bronca se transforma en una sonora carcajada por parte de los presentes.

Los niños no son ajenos a la realidad que se cocina en su entorno. Escuchan nuestras conversaciones, ven las noticias y se hacen su propia composición. Pero la banalidad con la que mi hijo soltó la anterior frase hace que me pregunte si son conscientes de que los inmigrantes, con su acción, sí que se están jugando la vida, que son “personas humanas” en busca de algo mejor. Por cierto, la expresión “personas humanas”, la cual he oído en más de una ocasión, es una redundancia, todas las personas son humanas por definición, no hay personas no humanas. ¿O sí?

Algunas, con sus actos, nos hacen ver que dentro de nuestra raza existen individuos que se alejan de la condición humana; cristianos de galería, miembros de un gobierno, gemelo del anterior, que parece negar la realidad, que mueve fronteras a su antojo e intentan enmascarar la barbarie. Desde la comodidad de nuestro sillón deseamos creernos su discurso, que es algo ajeno a nosotros, que pertenecen a una realidad distinta a la nuestra, que tampoco ellos son parte de la raza humana. Y sí. Son personas que sienten y padecen, que luchan por una realidad mejor, que huyen de unas condiciones que, esas sí, se podrían considerar que no son del todo humanas. Otra cosa distinta es que la solución sea que todos vengan en masa a occidente, aunque somos en parte también culpables de que les hayamos dejado esa única salida al haber cercenado, con nuestro egoísmo, cualquier posibilidad de desarrollo en sus países de origen.

A finales de los noventa, los malíes Damán, Ladji, Mamadou y Mahamadou llegan descolocados y asustados a La Roda y son acogidos por Cáritas. Vienen de Ceuta y Melilla, dentro de una operación a nivel nacional para descongestionar de inmigrantes subsaharianos las citadas ciudades autónomas. No saben lo que es un calentador, no saben lo que es un supermercado, no saben manejar una cocina de gas y el bambara es su único lenguaje. Durante unos meses forman parte de nuestra vida y son mirados con asombro cuando paseamos con ellos por el Ramón y Cajal. La inmigración todavía no es habitual en nuestro pueblo y su presencia causa revuelo.

Cuando ya le has puesto cara y nombre a esos inmigrantes que dieciséis años después siguen saltando la línea divisoria entre la pobreza y un futuro incierto, para ti serán siempre “personas humanas”, y dejan de ser una noticia más en el telediario. Intento que mis hijos los vean del mismo modo.

Con Damán seguimos teniendo algún contacto, incluso es nuestro amigo en Facebook. Tiene mujer, dos hijos, un trabajo inseguro como pinche de cocina… ¡ah!, y es del Real Madrid. Como muchos de vosotros, personas normales y corrientes. Sí, los merengones también son personas, “personas humanas”, a pesar de lo que algunos pensáis.

Por cierto, nueve meses más tarde de la estancia en La Roda de Damán y compañía nació nuestro hijo mayor, después de siete años de intentos baldíos: echen cuentas. A que nos vino bien relajarnos un poco y dejar de pensar en nuestros nimios problemas.

Existen vallas físicas y vallas mentales que muchos construimos en nuestra cabeza. Puede que alguna vez seamos nosotros o nuestros hijos los que también tengamos que sufrirlas, lo estamos viendo ya, cuando gran parte de nuestros jóvenes tienen que saltar la valla imaginaria que nos separa de Europa y emigran en busca de un futuro que nuestros gobernantes no saben darles aquí, en su país. Por eso yo no les hubiera recriminado nunca a mi hijo y sus amigos el que se encaramaran a la valla; al contrario, les hubiera animado a ello, incluso les hubiera alentado a repetirlo varias veces. Tal y como están las cosas igual les viene bien; quién sabe si algún día colocan una en los Pirineos y tienen que ser ellos los que traten de saltarla. Al tiempo.

He hablado con Damán para felicitarle las Navidades. Él es musulmán, por lo tanto no la celebra, pero me ha dicho lo siguiente en bambara, que significa algo así como “salud para todo el mundo”, y que intento reproducir: “Ala ka keneya daa anma”. Pues eso, feliz Navidad.