Sumando espero…

  • Reflexión sobre el empate de La Roda CF ante el Córdoba B y la victoria del Alba ante la visita del Lugo
12 enero 2015

Seguimos sin redondear una jornada. Después de las vacaciones navideñas, con el año recién estrenado, nos siguen acuciando los mismos problemas, o casi. Básicamente la irregularidad, la poca consistencia, la falta de continuidad en lo bueno.

Y eso que en esta jornada teníamos todo a favor para presumir el lunes. El sábado asistimos en el Carlos Belmonte a otro de esos duelos revestidos de importancia casi vital. Otro tropiezo de los de Sampedro hubiera estremecido los cimientos de un proyecto, ideado para consolidar nuestra historia humilde al lado de los elegidos. Seguir en la Liga Profesional es una cuestión de pura supervivencia.

La visita del Lugo de Quique Setién levantaba no pocos recelos porque el equipo gallego, al margen de los tropiezos recientes, es uno de los que mejor se relaciona con el balón, premisa básica de los que pretenden alcanzar el objetivo de vencer al oponente. Lo que ocurrió, entre otras cosas pero principalmente, es que en vez de empezar, nosotros digo, remando contracorriente, nos encontramos por una vez con la dosis de fortuna, muy importante a menudo, de empezar el partido ganando por un error del rival. Pita, apellido gallego con pedigrí, fue el que metió la pata al centro de César Díaz y se hizo el harakiri al minuto y medio del comienzo. A partir de ahí las cosas se vieron de otro modo y, por consiguiente, variamos el plan estratégico. No es lo mismo llamar que salir a abrir.

El Albacete Balompié, acostumbrado y seguramente diseñado para tener la pelota, adoptó la postura mucho más cómoda, también mucho menos vistosa, de dar dos pasos hacia atrás y dejar hacer al rival, intentando robar y salir. Lo que viene siendo jugar a la contra.

Sin demasiados agobios defensivos fue transcurriendo el nuevo guion. La cuestión era encontrar la salida y hacerlo a la velocidad del rayo. Tal que así ocurrió cuando Antoñito cogió una especie de autopista por la franja central del campo y se empeñó en recordar su pasado atacante sin manejar la opción de ceder gentilmente a Keko, sólo a su izquierda, el enorme privilegio de hacer el segundo. Su disparo, egoísta, le pegó en la tabla del pecho a José Juan, que es el portero del Lugo. En otra de esas, la cogió el falso rubio y la metió por entre los defensas para que la velocidad de César Díaz hiciera el resto. Así, sí.

Con el pescado vendido, llegó el penalti que pudo serlo o a lo mejor no, y el tanque de Villamalea disparó un tirito por el centro que despistó al cancerbero, que se había acostado en la hierba media hora antes.

Así que ocurrió lo que ni recordábamos ya. Los últimos minutos de ese partido los disfrutamos sin ningún agobio, mirando incrédulos el luminoso. Y despedimos a todos con una sentida ovación. A Luis César, también.

 

LA RODA NO PASA DEL EMPATE

El domingo por la mañana, con televisión y todo, nos dimos una vuelta por el Municipal a ver si, por un casual, enlazábamos dos victorias seguidas, fuertes como nos hacemos al amparo de nuestra afición. El rival, además, era propicio porque tampoco termina de redondear una temporada como el resto de los filiales del grupo, todos muy jóvenes y sobradamente preparados.

Pues no. No cayó la breva. Enseguida nos dimos cuenta de que, tal y como se presentaban las cartas y el estado del empedrado, aquello iba a ser cosa de no mucha diversión. Los contendientes presentaron idéntica propuesta: cuanto menos balón, menos posibilidades de equivocarse. Y en esas, se lo cedían gentilmente los unos a los otros. Bueno, gentil y torpemente, porque hay que fastidiarse que difícil les resultaba someter a ese artefacto redondo, de movimientos y trayectorias anárquicos, que se pasaba mucho más tiempo surcando la atmósfera que transcurriendo a ras de la hierba, que es su predio natural. Es cierto que tal y como estaba el patio, con tanto rigor invernal y tanta escarcha, tampoco era cuestión de aventurarse en exquisiteces, que aquello estaba helado y duro de tantas noches al raso. Y en las zonas de sombra perpetua no había dios que se tuviera de pie. A pique de una desgracia.

En esas estábamos, sin nadie que fuera capaz de tenerla más de diez segundos, cuando llegó aquel de verde y blanco y entró como Pedro por su casa, puso la pelota en el punto de penalti y llegó otro con la misma camiseta y se la colocó a Montiel donde no había manera de cogerla. Demasiadas facilidades de una defensa en la que no jugaba Garrido, titularísimo hasta ayer mismo.

Mal se ponía la mañana, fundamentalmente porque los de Mario Simón parecían japoneses, todos igualitos. Tan sólo los chispazos de Javilillo nos hacían albergar alguna esperanza en lo inesperado, en lo diferente. Remontar con el balón en los pies se antojaba una quimera, la cabeza no destilaba tanto aturullamiento, así que solamente se podía apelar al corazón y a la casta. Pues nada, manos a la obra, balones p’a arriba y al que le caiga, alcalde. Y le cayó a Pablo García, improvisado lateral zurdo que se había sumado al ataque. He de confesar que cuando lo vi perfilarse pensé, sin decirlo, perodondevaeste y resultó que acomodó como dios manda y golpeó con tal violencia que cuando se quiso dar cuenta el espigado portero cordobés, el balón lleva un ratejo en el fondo de la portería. Un golazo, sí señor.

Lo que son las cosas, un minuto antes y en una jugada similar a la del gol de ellos, podía haber llegado la sentencia. Otra vez una gentileza defensiva rojilla terminó con el balón en el fondo de nuestra portería. Ocurrió que al juez de línea le debió entrar algo en el ojo y levantó la bandera por si acaso. Del posible cero a dos pasamos al empate a uno. Cosas del fútbol.

Bien visto yo creo que el resultado fue justo. Es verdad que, cuando estás tan necesitado, la justicia nos importa menos; preferimos ganar aunque sea haciendo trampas, pero si nos volvemos a poner la venda y cogemos la balanza, los platillos pesaban lo mismo. Muy poquito, pero lo mismo.