El chiringuito de bufandas

  • Mis conocimientos de arte y decoración van parejos a los que tengo de ingeniería hidráulica, pero creo que muchos haréis que sí con la cabeza si digo que las banderas no pegan en la torre de la iglesia ni con cola
Foto: Vicente Aroca (Facebook)
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16 enero 2015

Yo me alegro mucho de que hayan puesto esas tres banderacas de España en lo alto de la torre de la iglesia porque así esta semana ya tengo tema.

Empezamos por lo importante: quedan mal, muy mal. Mis conocimientos de arte y decoración van parejos a los que tengo de ingeniería hidráulica, pero creo que muchos haréis que sí con la cabeza si digo que las banderas no pegan ahí ni con cola. Al Salvador le va bien con su sobriedad desnuda y mal con estos aderezos que le dan aire de chiringuito de bufandas a las puertas de un campo de fútbol.

Y terminamos por lo accesorio: que si a mí se me pone la piel de gallina con la bandera, que si a mí me salen granos. Que es sólo una bandera, muchachos, legal y vigente, y que tiene únicamente la importancia que le queramos dar. Busquemos el lado práctico del asunto: si un día vamos andando por el pueblo y por lo que sea nos patina la memoria y no recordamos en qué país vivimos, levantamos la cabeza y al ver la bandera decimos: Ah, sí, en España. Y aquí paz y después gloria.

Hay quien necesita tener las cámaras de Teleroda delante para sacar de dentro sus solidaridades y bonhomías como hay quien necesita forrarse las articulaciones y la fachada del piso con banderas de España para que le arda el patriotismo en las sienes. Así, a bote pronto, y sin necesidad de ostentosidades cromático-textiles, como chutes de españolidad en vena se me ocurren otras cosas: las obras completas de Miguel Delibes, la discografía de Camarón , decir ‘mercadotecnia’ en vez de ‘márketing’ o saber qué y por qué la batalla de Bailén. Y pagar impuestos, ser honrado y no defender a los que están saqueando todo este conjunto de territorios y gentes que representa la rojigualda. Pensándolo mejor, estas últimas cosas no: no hay nada, nada más genuinamente español que ese airecillo que respiramos todos a todas horas en todas partes que huele a Cuidado a ver si este me engaña, voy a ver si lo engaño yo. En la carnicería, en el banco, en el instituto, en el taller, en el bar: en todos sitios. Ese olor no hay bandera del orgullo que lo tape.