Analizar lo sucedido después de unas horas de convalecencia, cuando las heridas han dejado de sangrar, aunque duelen todavía, nos permiten una visión más relativa de las cosas, menos dramática, más sosegada. Que me perdone la madre del portero por mis improperios; no tiene ninguna culpa. Que me perdone la del árbitro, tan denostada ella, por mis iracundas sentencias del domingo por la tarde. Estaba en plena efervescencia, preso de la ira y del rencor. Soy un aficionado básico, de los que pillan un berrinche cuando pierde su equipo. He dicho un berrinche, no se vayan a creer que me quedo en las primeras matas.
Empezamos mal, muy mal. Les confieso que me dolió especialmente la derrota del Alba porque tenía un pálpito o, más bien, porque tenía tanta necesidad como ellos de salir de una puñetera vez de este averno que nos atrapa semana tras semana. El Rácing parecía un rival asequible, propicio. En realidad como el Llagostera, como el Alavés, como el Recre, como…
Como si nos persiguiera un maleficio maldito, nos volvimos a equivocar recién comenzado el partido. Otra vez pusimos en bandeja nuestra cabeza al rival y, lo que es todavía peor, trastocamos de un plumazo el plan previsto y dimos al traste con gran parte de lo que habíamos ensayado. Imponderables del fútbol, eso sí, pero en casos como este, absolutamente evitables. Que no es que se le viniera el toro encima de una forma súbita, es que lo citó de lejos y le esperó impertérrito en el centro de la plaza. Como un tranvía le pasó por encima Mariano.
A pesar de todo, por más que los reticentes campen por sus respetos, los románticos, tal vez los ingenuos, seguimos pensando que este equipo juega bien, casi siempre mejor que sus rivales y que va a llegar de una puñetera vez el fruto del trabajo, de la fe en un estilo, de la categoría de unos futbolistas que están pagando desproporcionadamente la bisoñez en una liga difícil y competida. Es cierto que no es bastante, desgraciadamente. Qué lástima esa espada de Damocles, permanentemente encima de nuestra cabeza. Qué pena estar continuamente acuciados. Debería valer con jugar bien, pero no; necesitamos ganar. Y lo uno preceder a lo otro, pero no.
Después de la veleidad de Dorronsoro tuvimos un puñado de ocasiones, algunas muy claras. La del penalti. Buena parada del portero y demasiados nervios en César Díaz, provocado para desestabilizarle en las mismas narices del colegiado, que miró para otro sitio. La de Pulido, al limbo. La de Samu. La de Rubén Cruz… El Albacete no fue peor que el Rácing. Ni mucho menos.
La Roda deja escapar la victoria
Con las esperanzas nuestras en Villanueva de la Serena, afrontamos la tarde del domingo. Ahí nos tuvimos que fiar de lo que nos contaban. Sabíamos que no iba a ser fácil y nos sorprendió el acierto de Fran Adeva. Conforme pasaba el tiempo nos fuimos creyendo que ni el campo, ni el rival, por muy bien que lo esté haciendo este año, nos iba a privar de una alegría que nos merecemos, qué leches.
Y el destino volvió a ser cruel, porque nos desojábamos mirando al reloj, que desgranaba con lentitud exasperante los segundos. Minuto 83, nos empatan. Bueno, venga, un punto. Joder, que podíamos haber ganado. Bueno, ya, ¿no? Pues no. Penalti injusto en el último minuto. Como más duele.
Así que nada, que otro lunes más nos levantamos lamiéndonos las heridas. Maltrechos de tantos palos. Todavía nos queda moral para seguir confiando. Ya avisaremos cuando se acabe.
