Con lo bien que iba el domingo...

Nunca la dicha es completa

  • No hay manera de conseguir el pleno, estamos condenados a amanecer los lunes con un sabor agridulce en las glándulas sensitivas del fútbol
09 febrero 2015

No conseguimos el pleno de ninguna manera. Estamos condenados a amanecer los lunes con un sabor agridulce en las glándulas sensitivas del fútbol que, yo no sé ustedes, pero yo no sé dónde las tengo, aunque me imagino que no estarán muy lejos del corazón. Ese sabor que nos reprime a la hora del café, bien temprano, cuando a alguno se le ocurre preguntarnos por los partidos de ayer.

Empezamos bien. Va a resultar que no viene mal adelantar los partidos a la matinal del domingo, aún a costa de inutilizar una banda del campo de juego, a lo ancho, en la umbría del fondo sur, convertida en una pista de patinar el hielo, hándicap o ventaja, según se mire. Que le pregunten a Brian, el mejor de los del Santo Reino, que desbordó, pisó la zona fatídica y se metió un buen porrazo. Una costalá, que decimos por aquí. Ni tacos de aluminio ni leches…

Cuando me dieron la alineación, la tuve que mirar cinco o seis veces hasta acostumbrarme a tanto nombre nuevo. En realidad es que hemos cambiado el equipo a mitad de recorrido. Se fueron unos, vienen otros; salimos a novedad por semana. De los nuevos, me gustó el mismo que a ustedes, el nueve. Tiene cosas interesantes. Y envergadura, que es a un delantero centro lo que el capuz a un nazareno.

El Real Jaén es mejor equipo que La Roda, la cuestión es que luego hay que demostrarlo, fundamentalmente el en marcador. Y ahí les ganamos, perdonen la obviedad. Después del gol de Iván Rubio pasamos por una fase, que duró hasta terminar la primera parte, en la que el dominio visitante y el temor local fueron de la mano. Ellos tocaban bien, bueno lo bien que se podía en un terreno excesivamente castigado por el rigor del invierno, seco y frío. Nosotros nos dedicábamos a mantener el tipo, a juntarnos mucho y a dejar pasar la tormenta. Se veía llegar el empate, cuestión de tiempo, pensamos. Pero no, por lo menos de momento. Nos fuimos al descanso con la ventaja del gol.

Al volver, misteriosamente y después de un par de jugadas de mérito visitante, fundamentalmente protagonizadas por el susodicho Brian, empezó a carburar el cuadro rojillo, mejor sostenido por Abel Suárez que por el debutante Guti y llegaron las triangulaciones y el sentido del fútbol y la posesión, tan importantes para no pasarlas tan canutas. Si se la damos a los que van de rojo y no nos ponemos nerviosos, al final terminará el balón por llegar a Javilillo y ahí, amigo mío, tenemos mucho ganado. Este muchacho sí es diferente y propone el desequilibrio cada vez que puede; lo propone y lo lleva a cabo recurrentemente, es un futbolista del que se tiene que aprovechar este equipo. Quiero decir, del que se tiene que aprovechar más. A su lado, los demás tienen los ojos rasgados, no solemos apreciar muchas diferencias. Tal vez el tal Dani López sea, por fin, el delantero que andamos buscando. Ayer demostró oficio, condiciones de matador, de los que dispara y después pregunta. A los otros, los que debutaron digo, les vimos de forma parecida; apuntan maneras pero les falla el físico, cosa lógica, por otra parte, si tenemos en cuenta que la mayoría vienen de estar casi parados, sin ritmo de competición.

Lo importante, qué obviedad, fueron los puntos y la importancia del rival al que se los birlamos. Motivos suficientes como para pensar que vamos a ir para arriba. Lo venimos diciendo, no va a ser fácil, pero se va a conseguir.

El Alba cae en Gijón

Por la tarde fueron otras. Y esto que la empezamos bien. Antes de empezar el partido del Molinón, Guillermo García López se tiraba en el suelo duro de una pista de tenis, en Zagreb, para celebrar que el italiano Seppi le había devuelto un revés cortado contra la red. Cuarto título para nuestro tenista y un ranking ATP entre los treinta y cinco mejores del mundo. Y eso es mucho. Muchísimo.

Con Guille alzando la copa empezó el partido del Albacete, de su Albacete, por cierto. A los pocos minutos ya apreciamos que aquello era lo más parecido a una declaración de guerra sin cuartel. Los dos equipos empeñados en correr como diablos, enfrentados en el frenesí de quien busca sin tapujos el primer golpe que mande a la lona a su rival. Mucha velocidad y poca especulación en la madriguera del más veloz, del que menos especula. Arriesgada apuesta por tanto.

Los que fueron al estadio gijonés se dieron cuenta enseguida que aquellos de blanco que tenían enfrente, no iban a ser, ni mucho menos, víctimas propiciatorias, por mucho que les aprieten las urgencias clasificatorias. Al contrario, el Alba demostró desparpajo, solvencia y mala leche cada vez que tenía el balón. Tanto, que en una de esas fue Samu el que reventó el larguero de Cuéllar y el rechace lo mandó Keko un palmo por arriba del travesaño, todavía tembloroso. A partir de ahí se destapó la caja de los truenos y entramos en una batalla de las de bayoneta calada, ahora tú, ahora yo. Otro palo para ellos, cuando se encontró Borja Pérez con la madera en un cabezazo mortal de necesidad. Y luego otro, este interpuesto en la trayectoria del cabezazo de Paredes a la salida de un córner. A ver quién iba a ser el primero en doblar la rodilla. Con esa duda nos fuimos al descanso.

Y al poquito de la reanudación, una travesura de Samu, magnífico, encontró la colaboración de Portu y el remate con la puntera del belmonteño se fue al fondo de la portería asturiana y puso justicia a los méritos visitantes. Los dos se estaban arreando, pero el Alba llegaba más veces al mentón de su oponente. Tal vez por eso, por tanto repiqueteo en la cara del adversario, es por lo que se fue despertando la bestia. Este Sporting es mucho equipo.

Sucedió después que fuimos perdiendo paulatinamente el dominio de la pelota, o nos la quitaron ellos para ser más exactos y nos costó muchísimo reaccionar. Tanto que no lo hicimos. Empezaron a llegar por tierra, mar y aire y lo único que atinamos a hacer fue pertrecharnos en torno a un Dorronsoro bombardeado pero milagrosamente indemne. Si el objetivo, que no lo creo, era el de aguantar hasta el final tanta acometida, el empate era cuestión de tiempo. Desde el banquillo del sillón de mi casa, se me ocurrió que lo que había que hacer era taponar la herida y que la mejor forma era la de quitarles el balón y no perderlo tan pronto. Meter otro en el medio, vaya, y si encima es de los que les gusta tenerla, mejor. Diego Benito, por ejemplo. O Cidoncha. No me pareció que la salida de Rubén Cruz iba a ser la solución acertada. Y no me equivoqué, maldita sea.

En el duelo de banquillos, de los de verdad, Abelardo le dio un repaso a Luis César. Sus cambios surtieron efecto, los nuestros no. Y llegó el empate y apretamos más los dientes porque no quedaba mucho. Minuto 87 y resistíamos el bombardeo, hasta que llegó Jony con su fusil y fue más listo y más rápido que Antoñito. Explotó de júbilo El Molinón y se nos apareció el fantasma ese que nos persigue seguramente porque hacemos méritos para ser perseguidos. De nuevo no supimos ganarle al Sporting. Estuvimos a punto, otra vez.