Hacer los galgos

  • Cuando me explicaron el sentido de tal acto me quedé estupefacto, pues me parecía más una acción aplicada a los presos de Guantánamo que una gracia entre tiernos adolescentes rodenses
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14 abril 2015

Escribo un artículo sobre los dilemas mentales que me provocan algunos de los artículos del Niño Burbuja en relación con mi identidad local, y va y este contraataca con un artículo sobre el humor manchego y las expresiones típicas de la zona, y me hunde de nuevo.

Bueno, vale, esta vez no tanto, porque casi la totalidad de las frases que enumera están incorporadas a mi lenguaje del día a día, y las empleo como si fuera un nativo más. Tanto es así que creía que algunos dichos eran universales y no tan autóctonos. Eso quiere decir que ya algo rodense sí que soy, igual no tanto como los Miguelitos o la tierra blanca, pero empiezo a acercarme. Tal es mi inmersión lingüística manchega que hace años que dejé de lado expresiones como “che, nano, figamolla, de categoría, cena de sobaquillo, ir de picaeta, etc.”, de uso común en mi vocabulario de juventud, y que ya me resultan extraños y ajenos a mi persona cuando los utilizan mis hermanas, padres o cuñados al visitar mi Valencia.

Pero lo que en realidad me ha dejado chafado es lo del humor manchego. Que sí, que es cierto; he de reconocer, mal que me pese, que ha desplazado a otros humores más de moda en otras épocas y, sobre todo, a uno de los máximos exponentes del humor netamente valenciano. Quién no recuerda al inefable Arévalo y sus sutiles chistes sobre gangosos. Eso sí que era humor fino y del bueno. Entonces nos partíamos la caja cuando salía en prime time en el mítico “Un, dos, tres”. Memorable era su famoso gag sobre aquel mariquita que iba a la frutería a comprar un pepino y le solicitaba al dependiente, con gestos amanerados, que se lo envolviera para regalo porque era el día de San Valentín y quería regalárselo a su novio. Para retorcerse de risa con tan ingenioso e inteligente chascarrillo.

Nada se sabía entonces de los Joaquín Reyes y compañía, era yo el que iba orgulloso por la calle, con la cabeza bien alta, gritando a los cuatro vientos que era valenciano… más bien no. Lo que ahora nos resulta chabacano, vulgar y un atentado hacia aquellos que disfrutan de una condición sexual, ya entonces lo era. Del mismo modo que también nos parece fuera de lugar y totalmente ofensivo que alguien se chotee del que padece algún problema físico. Pero que tire la primera piedra aquel que no soltaba la carcajada en aquellos días.

Pero más allá de las expresiones y del humor manchego, del que reconozco ser fan, son las acciones las que me hacen sentir de nuevo en tierra extraña. A raíz de mi artículo “De ciudad” y los del Niño Burbuja sobre las expresiones para sonar como un nativo de La Roda, este mismo me preguntó vía Twitter si me habían hecho “los galgos”, lo que produjo en mi cara una expresión de extrañeza total. Ni repajolera idea de su significado. Cuando por fin alguien me explicó el sentido de tal acto, pasé directamente de la ignorancia al asombro y estupefacción, pues me parecía más una acción aplicada a los presos de Guantánamo que una gracia entre tiernos adolescentes rodenses.

No sé si actualmente será habitual entre la chavalería rodeña el “hacerse los galgos”; espero, por el bien de la continuidad de la especie manchega, que haya quedado tan viejuno y obsoleto como los chistes de gangosos o de mariquitas que perpetraba Arévalo. Y si para ser rodense de pura cepa he de pasar por semejante tortura, mejor continúo con mi condición de extranjero en tierra extraña, que más vale ser un sin papeles que un sin…, bueno, ya me entienden.

Aunque si en décadas anteriores era costumbre realizar tamaño acto, ahora empiezo a entender el porqué de la baja natalidad en nuestro pueblo, pues de aquellos polvos vienen estos lodos. O, mejor dicho, de la falta de ellos. Igual de ahí viene la necesidad de importar género masculino de más allá de la localidad, igual mi llegada a La Roda fue una llamada del destino para cubrir una escasez endémica, igual he aterrizado en La Roda para perpetuar la especie local. Parece ser que por fin he encontrado mi lugar.

Espero que después de lo anterior impere el humor manchego y no me vengan a buscar algunos autóctonos ofendidos para hacerme “los galgos”, que yo ya pagué la estrena. En la Sociedad, para ser más exactos.


Nota: en este video se puede ver una demostración práctica de qué es ‘hacer (o dar) los galgos’, aunque en el caso de estos chavales lo llaman ‘dar poste’.