El terremoto

  • El terremoto de esa noche había sido definitivo, la confirmación de algo predecible, la crónica de una muerte anunciada
26 mayo 2015

Llegó y arrasó todo a su paso. El terremoto de esa noche había sido definitivo, la confirmación de algo predecible, la crónica de una muerte anunciada. Las sombras colmaron todo el espacio, las mismas tinieblas que les habían escoltado durante los largos años pasados, años espinosos en el lado oscuro, ahora parecían si cabe más negras. La tibia luz con que habían alimentado la pequeña esperanza languidecía ahora en un rincón, abandonada por aquellos que hasta ese momento habían estado sustentándola artificialmente.

La estructura comenzó a desmoronarse hacía ya algún tiempo. Las pequeñas rayas que en un principio habían asomado en las desconchadas paredes no se habían solucionado con un poco de masilla y una mano de pintura gris, con el tiempo habían dado lugar a descomunales grietas haciendo ya ilusoria cualquier posible reconstrucción. Si hasta ese momento resultaba complicado que continuara en pie un segundo más, la sacudida de esa noche había sido la puntilla definitiva. Todo se desvanecía bajo sus pies.

Al desplome le acompañó una densa nube de polvo. El aire viciado les impedía respirar. Sus gentes corrían aterradas, asustadas, sin dirección precisa, faltos de un guía, buscando un cobijo ante tanta desolación. Extrañamente, el resto de edificios continuaban erguidos; unos habían perdido parte de sus elementos, otros, en cambio, los habían ganado, como si el cataclismo no hubiera ido del todo con ellos.

Con la llegada del nuevo día solo quedaba que recoger los pedazos de las rosas marchitas esparcidas entre los escombros, plantar simientes frescas y esperar a que el nuevo tallo agarrara con fuerza en la tierra. Sería una tarea complicada.

En la azotea del edificio colindante, una gaviota observaba la ruina de sus vecinos con una mueca de alivio: se habían salvado, habían conseguido sobrevivir; pero al alzar la vista más allá de sus escasos dominios, la destrucción era, si cabe, todavía mayor. Su finca seguía en pie, pero solo su finca, el resto de propiedades se habían esfumado, castigados por aquellos a los que habían maltratado: el golpe les había rebotado de lleno en sus narices. Las voces habían exigido un giro rotundo. La pesadilla se había hecho muy larga.

Quedaban por delante cuatro años, cuatro años distintos. El pueblo había hablado.