Proverbio gitano

  • Reflexión sobre las derrotas de La Roda y el Alba en Socuéllamos y Leganés, respectivamente
05 octubre 2015

Ayer no tuvimos un buen día, no. Lo habíamos programado alrededor del televisor, desde por la mañana. El plan, para los irredentos del fútbol, era perfecto. Aperitivo al mediodía y primera sesión. Derbi inédito en Segunda B, desplazamiento muy cómodo para los que se fueron porque podían regresar a comer a casa. Los que nos quedamos, pusimos la tele y enseguida nos dimos cuenta que aquello no iba a ser fácil. A mí no me terminan de gustar los campos que no huelen a hierba recién cortada, además este de Socuéllamos estaba rayado como un tablero de parchís, o casi. El Yugo, denominación comercial del equipo porque para eso pagan los de esa bodega, está perfectamente adaptado, como no podía ser de otra manera, a las características de ese campo de reducidas dimensiones, además. Así que había que prepararse para remediar tantos inconvenientes; porque a los meramente logísticos había que añadir otros nada desdeñables. El Socuéllamos juega bien al fútbol y tiene a un futbolista, viejo conocido, que se toma los partidos como si le fuera la vida, sobre todo cuando le meten algún balón por arriba en el área contraria. Javi Gómez se comió literalmente a los centrales rodenses, debutante incluído, y les metió dos por el mismo calzón.

Antes, en la primera oportunidad que tuvieron los de Mario Simón, la había cogido Oscar Martín, sin lugar a dudas el más desequilibrante que tenemos, y se la había puesto al denostado Alberto Abengózar, que definió con asombrosa habilidad. No pintaba mal aquello porque, encima, el equipo de casa no encontraba pasillos y sus acciones más relevantes se reducían a balones cruzados que no encontraban destinatario. Ocurrió después que, de tanto intentarlo, empezaron a afinar la puntería y, sobre todo, que empezó a emerger la calva de Javi Gómez, muy por encima de las cabezas de los centrales rodenses. Señores, cuando se nos vienen encima, hay que tirar de casta, que es una manera más suave de decir que hay que echarle cojones, disculpen la estridencia.

Testosteronas aparte, tuvimos otras carencias que, enlazadas, nos maniataron la posible reacción. El susodicho Gómez remató con no sé qué, en el segundo palo, más solo que la una. Cuestión de ocupación del espacio y de lógica pura: no se puede dejar sólo en el área pequeña al goleador del equipo contrario. Sin posibilidades ni capacidad de reacción nos metieron otro, rematando el tal Jacinto ganando, otra vez, la acción a los defensores rojillos. Después dos penaltis, uno por bando, el primero para hacer concebir tibias esperanzas de remontada, el segundo, para sepultarlas inexorablemente.

En fin, que ganó el que más empeño puso en conseguirlo. La Roda tiene que repasar conceptos defensivos, aquí si te descuidas que sacan del campo a gorrazos. Tal cual.

El Alba pierde en Leganés

Digeridos el disgusto y la paella, empezó la segunda sesión que, a la sazón, resultó ser continua. Más de lo mismo. Empezamos ganando y acabamos perdiendo. El Albacete nos mostró su otra cara, el doctor Jekil y Mr. Hyde; no puede ser que los de Leganés fueran los mismos que los que golearon al Almería hace ocho días. Pero sí, eran los mismos. Más o menos.

Empezaron los de Luis César jugando bien la pelota y llegando a las inmediaciones de Serantes, poniendo en un brete a la defensa pepinera. César por la izquierda, Santi por la derecha, Portu por todos los lados. En una de esas llegó el penalti y el gol de Jona, que hizo eso y poquito más, de manera que parece que no le vamos a echar mucho de menos cuando se vaya con la selección de Honduras. Bueno, Luis César sí. A partir del gol, entramos en un estado de catalepsia colectiva parecida a la que sufrimos en Tarragona, o en Oviedo, o en Miranda… y nos fueron llegando por tierra, mar y aire, atravesando líneas con una facilidad pasmosa. Como si jugaran hombres contra niños. Ellos como aviones, nosotros como tractores viejos.

Parece mentira que se pueda sufrir una transformación tan llamativa. Parece mentira que haya futbolistas con muchos kilómetros recorridos, que se van por la patilla cuando les apretan en su zona. Parece mentira que Miguel Núñez no ha aprendido todavía a defender a un rival que está de espaldas contra la banda, sin atropellarlo por detrás. Parece mentira que Paredes tenga los años que tiene, haya jugado tantos partidos en la élite y dé lugar a que de un saque de banda le coman el espacio y le ganen una carrera, que ni a un juvenil… Parece mentira que Mario Ortiz sea tan ingenuo y agarre a un contrario dentro del área. Que eso es penalti Mario, penalti.

Cuando estaba todo perdido, a última hora, en un toque a arrebato, con Pulido de Alexanco, llegó el gol que empataba injustamente el partido, pero que nos compensaba de tanto sufrimiento, de tanta decepción. Era el minuto 92. Efectivamente, tal y como están pensando, los que todavía no lo han adivinado y los que no conocen a este equipo, aquello no había terminado. Nos tiraron un córner, era su última oportunidad, defendimos con uno menos porque Mario Ortiz se había retirado renqueante –suponemos que cojeaba de verdad- y a nadie se le ocurrió tapar el rechace. Lo demás ya lo saben, gol de Leganés y, otra vez, nuestro gozo en el pozo amargo de una derrota más que merecida. Los chavales saben jugar al fútbol, supongo que saben interpretar los conceptos que Luis César les enseña en la pizarra. Lo que ocurre es que cuando juegan fuera, se cagan. Ah, ¿que no? Pues ya estáis tardando en demostrarlo.