Es increíble cómo pasa el tiempo, los años transcurren como si fueran minutos y de que nos queremos dar cuenta ya está aquí de nuevo la Navidad. Hoy, quince de diciembre, quedan escasos cinco días para nuestras queridas elecciones, y diez días para celebrar la Navidad, buen momento para recordar a todos aquellos olvidados, aquellos que, aunque los vemos casi a diario, ya no reparamos en ellos porque se han convertido en parte del paisaje.
La sociedad en la que vivimos, con sus prisas y egoísmos, provoca que aquellas miserias que nos rodean, que aquellos invisibles para la sociedad, pasen desapercibidos a nuestros ojos, en gran parte por el ritmo de vida que acarreamos, en gran parte por el individualismo que padecemos.
Me podéis reprochar mi actitud diciéndome que las fiestas navideñas no debe de ser el único periodo del año durante el cual hemos de reparar en todos los marginados, y tenéis toda la razón del mundo: ha de ser todo el año un recuerdo continuo. Yo, sin ir más lejos, les dediqué un artículo hace poco más de seis meses. Y con ello no quiero colgarme ninguna medalla, aunque bien es cierto que con mi artículo pretendía sacar a la luz un problema que, a pesar de contemplarlo a diario, pocos son los que alzan la voz denunciándolo en nuestra localidad. Denuncia que no fue recogida por las autoridades, pues hace unos días su aspecto era todavía más lamentable, rozando el esperpento, grotesco, propio de un país tercermundista.
Pero la magia de la Navidad obró en ellos y hace una semana cambiaron radicalmente de apariencia y nacieron renovados de sus cenizas cual ave Fénix, luciendo ahora un aspecto lozano y jovial, muy parecido al que comenzaron a exhibir hace un año en plena calle Alfredo Atienza. Sí, el mes pasado cumplieron un año los conos que hacen de improvisada acera en una de nuestras principales arterias, los grandes olvidados, los marginados. Un año de improvisación, un año de peligro para la circulación de vehículos y de peatones. Como he dicho antes ya no reparamos en ellos, ya forman parte del paisaje diario.
Pero, bromas aparte, en nuestra sociedad existen también otros olvidados, personas que forman también parte de nuestro paisaje, de un paisaje mucho más general, un paisaje internacional. Son esos que hasta hace unos días aparecían a todas horas en los telediarios y que la campaña electoral ha desplazado completamente de nuestra vista: ya no mueren refugiados en las playas de Grecia, ya no se amontonan en las fronteras de la prospera Europa, ya no huyen del terror que unos descerebrados provocan bajo la excusa de un vengativo dios, ya no mueren por las armas que nosotros mismos fabricamos en occidente, ya no existen. Y ojos que no ven, corazón que no siente.
España ha acogido la bárbara cifra de doce exiliados de los más de dos mil que debería de haber atendido antes de finalizar el año para la buena marcha. Una docena. No se habla en campaña. No dicen nada en las noticias. No existen. No votan. No dan votos.
Bendita sociedad que consigue que olvidemos rápidamente lo que hace unas semanas era nuestro principal problema, y que ahora ha sido relegado completamente de los telediarios y de las primeras páginas de los periódicos, provocando un narcótico y placentero olvido. Gracias, porque si no la vida sería menos llevadera y la Navidad mucho más triste. No me veo comiéndome un polvorón a la vez que me colocan en las noticias la foto del último cadáver encontrado en una playa griega.
Disfrutemos de la Navidad, yo el primero, pero no olvidemos a los refugiados, a los exiliados, los grandes olvidados. Ni tampoco a los conos de la calle Alfredo Atienza, ni tampoco a los conos.




