Buen lunes. Está lloviendo y hace viento como si se hubieran dejado por ahí alguna puerta abierta. Compramos el periódico y a punto estuvimos de perderlo deshojado en las fauces de Eolo cabreado; tantas eran las ganas de regocijo que teníamos. Después de tantos y tantos lunes de tristeza futbolera…
Dicen los diarios que La Roda C.F. se merendó en un pis pas al filial de la Real Sociedad y que lo hizo llenando de argumentos la superioridad que finalmente reflejó un contundente marcador. Es verdad, lo es casi siempre, en la mayoría de los partidos, que el resultado final suele estar salpicado de pequeños detalles. Cuántas veces hemos pasado de un hipotético tres a cero a un dos a uno, o viceversa. El acierto, amigos, el acierto. Se trata de meterla en la portería de enfrente. Y cuando tú no lo haces, va el otro y te pone tanta tierra de por medio, que te hace el viaje imposible.
Megías ha recuperado los valores que le pusieron en el mercado hace unas temporadas. Básicamente porque sigue siendo el delantero autónomo por antonomasia. No es que le sobre la colaboración de sus compañeros, no, es que no le resulta imprescindible. Y así, poco a poco, se va encaramando, haciendo hueco, entre los pistoleros de la categoría. Sus goles y otras cosas, no se vayan a creer, están llevando al equipo rojillo a una situación de cierta placidez clasificatoria, en una primera vuelta y poco más, que ha tenido de todo, más en el terreno económico e institucional que en el deportivo. Tiempo habrá para hablar de los problemas financieros y de las promesas incumplidas.
Victoria ‘in extremis’ del Alba
En la doble confrontación con los filiales vascos, el Alba pisó por primera vez la alfombra del nuevo San Mamés, catedral levantada sobre una primera piedra con pedigrí. El recinto bilbaíno lleva entre sus bloques de hormigón y sus cinchas de acero, el ADN del viejo recinto, escenario de tantas y tantas batallas en las que el cañón tenía forma de borceguí y las balas eran balones, primero de los de agujeta y luego de esos que se diseñan tan aerodinámicos y tal. Jugar mal en ese escenario, con ese empedrado, es imposible. Bueno, imposible no. Para jugar mal allí hay que ser muy torpe. O muy malo. O las dos cosas.
Pues en esas estábamos, cuestionándonos si realmente este equipo se parece en algo al que terminó por encandilarnos la temporada anterior y en el que su entrenador está depositando una fe inquebrantable o, por el contrario, lo que tenemos es un equipo medroso, inseguro, impreciso, incapaz… Lo que le echaron enfrente distaba mucho de ser un león, ni siquiera un cachorro, que es como se les llama a los chavales del filial. El Bilbao Athletic es el equipo más blandito de la categoría, además está gafado porque cuando hace las cosas medio bien, como ocurrió en la primera mitad, no tiene la suerte de culminarlas en la portería rival. Ni de penalti. En el minuto tres un toquecito por detrás de Samu a un atacante, fue interpretado por el señor colegiado como pena máxima. Sí, tal cual, PENA MAXIMA, como si lo hubiera matao. En el fútbol, el ejecutor se pone detrás del balón y el penado, debajo de los palos, espera el tiro de gracia. Llegó entonces Unai López, con experiencia en el primer equipo y le metió tal patada al balón, que tuvieron que ir a recogerlo a la ría.
Esta es la nuestra, dijimos. Si estos chicos van los últimos, están escasos de moral y acaban de fallar un penalti, vamos a por ellos que los tenemos en el bote. Ja, ja. Atorrijados perdidos, los de Luis César profanaron con su fútbol el estadio cinco estrellas. Eran malos en su área, en la de enfrente y por el medio. Ni Samu, ni Rubén, ni Adriá, ni…, ninguno fue capaz de aprovechar la alfombra tupida para hacer correr la pelota son el más mínimo sentido de la pertenencia. De blanco a blanco, tuya mía… Y Diego Benito en el banquillo. Usted sabrá, míster; nosotros no le encontramos explicación.
Tal que así, en un sindiós futbolístico fueron transcurriendo los minutos y aquello no mejoraba. Llegaba el final y nosotros, como el entrenador, pensamos que no había que perder, visto lo visto. Él metió en el campo a Mario Ortiz y nosotros sacamos el rosario. Cómo nos verían por allí arriba, que se obró el milagro. En el último segundo del último minuto, llegó un chaval de la cantera, que tiene muy buena pinta, y la metió dentro. Tres puntos, bendito sea dios.
Si alguien se piensa que el gol de Adri Gómez corre la cortina sobre todo lo que vimos durante los noventa minutos anteriores, se equivoca. O cambiamos de verdad, o lo vamos a pasar mal. Muy mal.
