Persiste la crisis

  • Reflexión sobre el empate del Albacete ante el Oviedo y la derrota de La Roda ante la visita del Arenas Club
08 febrero 2016

Estamos apañados. Ni a tiros enlazamos dos victorias seguidas, ni de coña conseguimos la dicha plena. Si no es por una cosa, es por la otra.

El sábado empezamos como motos, en contra de lo que viene siendo habitual, que es que nos pillen con el pijama y las legañas y nos tiren a la lona a las primeras de cambio. Esta vez no fue así. El Alba saltó motivado a la arena para dirimir las diferencias con un adversario reputado; el Oviedo llegaba a Albacete encaramado en la parte de arriba de la clasificación, muy lejos de nosotros en la teoría y en la práctica. Con decirles que a los quince minutos ya les habíamos metido dos, se pueden ir haciendo a la idea. A la idea del berrinche que pillamos al final.

Les metimos uno de esos que llevábamos muchos meses sin ver en el estadio, ni fuera. Un gol, digo. La pilló Adriá Carmona a quince metros de la frontal y le arrimó un zapatazo que se fue a la escuadra de un atónito Esteban, de manera que el noqueo le llegó para no enterarse por donde llegaba el balón de Antoñito y tanto dudó el portero y sus defensas que lo que empezó siendo un proyecto de centro al área, terminó dentro de las jarcias ovetenses. Dos a cero.

Con lo felices que nos las prometíamos, bueno sin exagerar, va el señor entrenador y decide que en el segundo tiempo le vamos a dar el balón al Oviedo, a ver qué sabe hacer. Supongo que ya habrá salido de la duda. El rival supo cómo remontar y si nos descuidamos le da la vuelta total al marcador. Y nosotros, otro día más, terminamos un partido con el regusto amargo de lo que pudo haber sido y no fue. Dos a dos y porque se acabó el partido justo después del empate.

Derrota rojilla

En La Roda, de nuevo las bajas lastraron a un equipo que depende, como tantos otros, del acierto de sus futbolistas más avezados y, como es el caso, de los goles de su artillero más eficaz. No jugó Megías, expulsado en Sestao, y el equipo lo echó de menos.

Los méritos expuestos sobre el tapete del Municipal, daban para un empate. Ni ellos ni nosotros opositamos adecuadamente al premio máximo; mucho querer y poco poder. Pero ocurre, nos volvió a pasar, que cuando la pelotita se queda dando botes en el borde del tejado, casi siempre cae del lado que no es nuestro. Y llegaron y nos metieron un gol profundizando en nuestras dudas y lastrando nuestras fuerzas, de forma que aquello no hubo manera de levantarlo.

Aunque todavía nos queda crédito, no conviene descuidarse. Dejar a cinco por detrás no es tarea fácil, por mucho que los que nos persiguen no terminen de encontrar la rampa de lanzamiento. Yo, por si acaso, no me descuidaría ni lo más mínimo.