Sonrisas y lágrimas

  • Reflexión sobre la victoria de La Roda CF en Getafe (0-1) y la derrota del Albacete en Almería (1-0)
29 febrero 2016

Amanece lunes bisiesto, de esos que solamente entra uno cada cuatro años. Pues menos mal. Este lo vamos a recordar con sabor agridulce, gris como el cielo que nos cobija. Seguramente no está bien cifrar nuestra opción de pasar un buen fin de semana dependiendo de lo que hagan una cuadrilla de chavales en pantalón corto. Somos así de básicos pensarán los que ponen más alto el listón de su felicidad y lo sitúan más cerca de la metafísica. En el alma también se dirimen los que tienen que ver con el balón. Si ganamos estamos contentos, si perdemos, no. Así de simple.

Por eso, hoy estamos sumidos otra vez en la contradicción de quien tiene el corazón repartido casi a partes iguales, porque los que jugaron por la mañana y visten de rojo, supieron aprovechar la deriva sin fin del rival de turno, farolillo rojo y principal candidato al descenso. La Roda C.F. jugaba en la Ciudad Deportiva del Getafe, frente al filial azulón, y supo sacar provecho de la racha negativa de los chavales y, de paso, poner fin a la suya, que empezaba a tornarse preocupante.

Decíamos el lunes pasado que se nos antojaba vital la victoria y propiciatoria la víctima. No obstante había que jugar y había que ganar, que no conocemos quien haya conseguido victoria sin sufrimiento. Resultó que el punto fatídico no lo fue tanto, de manera que primero Megías, recogiendo el rechace que él mismo había provocado al estrellar un penalti contra el portero del Getafe y, luego en la recta final, Arellano, al detener otra pena máxima que hubiera supuesto un empate inútil para los dos contendientes, quienes pusieron nombre a las claves de un partido que merecieron ganar los rojillos y que a punto estuvieron de no conseguirlo.

No conviene descuidarse, ni mucho menos, los tres puntos de ayer significan una bocanada de aire y nada más, porque todavía tenemos el agua a la altura del cuello. A ver si se termina la racha incesante de contratiempos y, de una vez, puede disponer el técnico de la totalidad de la plantilla, que ya saben ustedes que aquí no sobra nadie cuando se trata de conseguir el objetivo.

Nueva derrota del Alba

Por la tarde fueron otras. El Albacete Balompié se jugaba tres puntos muy importantes frente a un inesperado, al principio, rival directo; un Almería recién descendido de los cielos del balón, principal candidato a una nueva ascensión y que anda sumido en un mediterráneo de dudas, con tres entrenadores despedidos y que llevaba desde hace la tira sin dejar su portería a cero. Un oponente al que había que explotar hurgando en la herida de sus dudas hasta sumirlo en la desesperación y en la agonía.

Nada más lejos de la realidad. Ahí llegamos nosotros, otra vez, como bálsamo reparador; un equipo sin alma, sin orden ni concierto, desarbolado línea a línea. El Albacete del primer tiempo me dio pena. Parecía un equipillo dos o tres niveles por debajo. Sus futbolistas estuvieron todo el rato a expensas de las acometidas del rival, defendiendo sus carencias a base de faltas en las inmediaciones del área, la mayoría por agarrones, que es una manera muy explícita de demostrar impotencia e incapacidad. Ellos llegaban y llegaban, sin mucho acierto, es verdad, para ponernos el nudo en la garganta a cada momento. Quinientos corners, yo que sé, una barbaridad. Nosotros no dábamos dos veces seguidas al balón. Con el Almería volcado y Juan Carlos como futbolista más destacado, llegamos al descanso. Les juro que yo también tuve que estirar el músculo más importante que tenemos y relajarlo después, que había llevado mucha tralla.

En la segunda parte mejoramos un poquito. Era fácil. No se podían hacer peor las cosas. Aprovechando la tregua del que teníamos enfrente, cogimos un poquito de aire, pero no se vayan a creer. Enseguida volvieron como los indios de Caballo Loco Gorosito a por el mermado ejército de Custer Sampedro, y otra vez nos mostramos como una banda sin gobernación aparente, sin recursos solventes, sin armamento con el que defenderse de tanta acometida. Muy por debajo de un equipo que se estaba jugando la vida, como si nosotros ya la tuviésemos ganada. Una pena. Una vergüenza.

Tantas veces llegaron, que terminar empatados se antojaba misión imposible. Y miren por dónde, en una de esas que se tiene de casualidad en casi todos los partidos, llegó César Díaz y le puso a Jona un balón de oro, de esos con los que sueñan los delanteros, los delanteros buenos, digo. El resultado fue un remate del susodicho contra la valla de publicidad. No hubiera sido justo, pero que no me vengan a estas alturas con ñoñerías de esta naturaleza. Justicia ni justicia. El caso es que no remató bien el delantero nuestro y cuando se terminaba el partido, la cagó Pulido, que suele ocurrir también, y el tal Pozo nos metió en el ídem de la desesperación. Ganó el que más hizo por conseguirlo. Qué digo, el único que lo intentó.