Y todo esto en poco más de 90 minutos de verdadero infarto, de tensión, ciertamente angustiosos y de muchísimo temor. Porque perder ante el Rayo Majadahonda condenaba a los rojillos a tener que jugarse las habichuelas en la última jornada de liga y ante uno de los peores rivales posibles, el Real Madrid Castilla, aún con todas las opciones intactas de quedar campeón de grupo con todo lo que ello supone de cara al ascenso de categoría. Casi nada.
Y luego estaba el rival de turno, mejor dicho, además estaba el rival de turno, un Rayo Majadahonda igual de necesitado que los rojillos, separados por un punto mísero y apremiado, muy apremiado por otros cuatro equipos que se jugaban la vida en esta jornada; porque Mensajero, Guadalajara, Leioa y Talavera también tenían partidos comprometidos con su correspondiente ración de «mieditis» incluida.
El conjunto madrileño, por lo tanto, no vino de turismo a La Roda y no especuló ni un minuto con el marcador y aún menos con los resultados de los otros partidos en una genuina «tarde de transistores», expresión obsoleta, a todas luces pero perfectamente ilustrativa para el caso.
Por cierto, que si hablamos de expresiones, la de que «os parta un rayo» pudo haberse hecho efectiva tranquilamente en un mano a mano de Portilla con Arellano con final feliz para los intereses rojillos; porque hay que decir que el conjunto de Mario Simón, seguramente atenazado por los nervios y por la tremenda responsabilidad de certificar la permanencia ante los suyos, no inquietó en demasía la portería visitante y cedió la mayor parte de protagonismo a su oponente.
Para que el canguelo fuese de órdago Joao Pedro puso por delante a los madrileños en el marcador y la grada comenzó a impacientarse, recordando inquietantes episodios pasados y temiéndose lo peor. Pero los rojillos mantuvieron la calma y tras una sensacional jugada colectiva, Óscar Martín estableció el empate con un cabezazo ejecutado con toda el alma minutos antes de llegar al descanso.
Durante los segundos cuarenta y cinco minutos un elemento inesperado entró en escena y comenzó a cobrar un protagonismo inusitado que no había tenido en la primera mitad, nos estamos refiriendo al señor colegiado del encuentro, que, como si se tratara de un paciente con trastorno bipolar cambió radicalmente su manera de actuar y de impartir justicia. La Roda sufrió en sus carnes la inopinada deriva de García Aceña y propició la expulsión por doble amarilla de Samu, especialmente injusta la segunda en la que ni tan siquiera existió falta, además de un sinfín de decisiones que terminaron por desquiciar a los jugadores, cuerpo técnico y afición locales.
Por suerte para el buen desarrollo del partido y de los acontecimientos «la sangre no llegó al río» y todo quedó en una mera anécdota mitigada por la ausencia de ocasiones de peligro en esta segunda mitad, y también por las noticias que llegaban desde otros escenarios y que otorgaban la salvación matemática al conjunto local y acercaba virtualmente a la misma al combinado rayista.
